RESEÑAS DE DOCUMENTALES QUE NUNCA VERÉ: EL DE ROCIITO

En la historia de los documentales es sabido que muchos de ellos sólo buscan plantar en el espectador la semilla de algo que el director/guionista necesita por todos los medios vender para su subsistencia. Pasa siempre con Michael Moore, pasó con el de Michael Jackson y el Woody Allen, también en todos los que muestran la pobreza en países subdesarrollados mientras los que graban se apartan a la hora de comer para ponerse las botas; y en España no íbamos a ser menos.

Por supuesto que no.

Dividido en varios episodios (porque vender algo todo de golpe es de idiotas), el lacrimógeno y circense documental de Rociito es un ejemplo más de como la masa es poco menos que un chucho hambriento con ganas de pensar poco a la hora de opinar sobre algo, porque Dios no quiera que alguien tenga que leer la verdad sobre la aerolínea PlusUltra o las vacaciones de Ábalos o los cierres perimetrales ilegales; por Dios, no lo hagáis. Es más sencillo digerir que una pobre enferma mental diagnosticada y medicada llore ante una cámara victimizándose por algo que dos sentencias judiciales dicen que nunca paso, y cuyos hijos no le hablan porque no aguantan sus mentiras y locuras. Pero, ¡OYE!, que aunque todas las feministas lo atacan en cuanto pueden ahora saquemos a la palestra lo de que los padres sí pueden adoctrinar a los hijos, porque en este caso lo ha “hecho” el hombre; y ya puestos juzguemos a alguien inocente como en la época medieval, ¡verás que bonito va a quedar todo!

Porque con un millón en el bolsillo todos seriamos (o casi) capaces de decir cualquier paparrucha que se nos obligue a decir, como pasa en éste indecente documental que está siendo la comidilla de toda España. Y sí, sé que estoy perdiendo letras también en esto, pero al menos no he perdido minutos de mi vida ante la caja tonta siendo lobotomizado por un atajo de hipócritas que ocultan violaciones en programas de televisión o agarran de malas maneras a una “villana” para disfrute de esa audiencia boba y sin ganas de saber la verdad detrás de cortinas de humo que nos escupen en la cara como enfermos de lepra.

Los documental han muerto, igual que el arte y la buena literatura, pues la gran mayoría de los que los crean no buscan otra cosa que entretener y atontar a una audiencia que ha perdido la costumbre de pensar a la hora de acercarse a expresiones artísticas antaño respetadas y llenas de verdad. Cada vez somos menos la gente que buscamos y creamos ventanas por las que asomarse y ver el mundo de otra manera, y son muchos, muchísimos más, los que sólo quieren que todos vosotros no salgáis del pozo de basura en el que chapoteáis como gorrinos agradecidos.

El otro día volví a ver la magistral obra cinematográfica de Thomas Vinterberg, titulada Jagten, que os recomiendo de verdad a todos para que descubráis como la ficción, a veces, es mucho más real que cualquier tarada mental llorando por un pasado que nunca tuvo pero le ha dado de comer desde hace 25 años.

Abrid lo ojos, y pensad. Por favor.

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