RESEÑA libro DECAPITADOS, o la hipocresía de los de siempre

Como fiel amante de la libertad de expresión aplaudo la publicación de “libros” como el que hace poco ha publicado Ediciones B de Peio H. Riaño, porque no hay nada mejor para la salud mental que de vez en cuando leer majaradas sin pies ni cabeza nacidas de esa contradicción constante que es el modo de pensar y de ver la realidad de cierto sector progre de nuestra sociedad.

Es decir, a veces en necesario que los incultos hablen para así poder tener la seguridad de que se tiene razón estando frente a ellos.

En este panfleto, que aplaude la decapitación de estatuas de Colón y después condenar la destrucción del muro de Berlín y las estatuas de Lenín, o al que se le hace el culo PepsiCola al hablar de BLM o #metoo pero vomita odio al referirse (todavía no sé bien porqué) al hospital Zendal de Madrid, no es más que un intento barato y cojo de ambos pies de defender el borrado inculto de nuestro pasado por parte de personas incapaces de lidiar con sus vidas y que creen que al pintar la palabra RACISTA en una estatua de Churchill (de las personas que más hizo en la derrota del nazismo) o de Cervantes (la imagen que preside este artículo lo demuestra) es legítimo e incluso heroico. Defender que a un atajo de marionetas del globalismo, que un día dicen que el yihad es empoderado y al otro atacan la app de Onlyfan, les mueve para realizar sus vandalismos el derecho a limpiar las calles de símbolos obsoletos e insultantes para ellos, es algo que sólo el fascismo, el nazismo y el comunismo han buscado desde sus inicios para, mediante el reseteo de mentes, intentar convertir a su pueblo en descerebrados mamporreros de un presente pintado de color de rosa al mezclar la sangre con la tierra donde acaban enterrados los que se niegan a olvidar de donde venimos y a donde vamos.

Defender que las estatuas son armas que “atacan” (o que, debido a la incultura del vándalo con pasamontañas, les hace sentir inseguros) la libertad de una pequeña minoría ruidosa es dar carta blanca a la censura sorda a aquellos argumentos nacidos de la lectura de nuestra historia y de los errores, y muchos aciertos, que ha habido en ella.

El problema, en esencia, de muchas editoriales es que buscan la confrontación de ideas, algo muy sano, mediante el estúpido y poco acertado método de darle voz a completos esclavos del buenismo más tóxico ligado a esa incultura estancada en una piara que lleva sin limpiarse años. Puede que haya gente que aplauda sus ideas, y que el capítulo centrado en la figura de Franco (donde ataca a nuestra constitución y aplaude a los FRAP de una página a otra, con dos cojones) les ponga el miembro duro, pero cualquiera con dos dedos de frente sabe a quien va dirigida la sarta de mentiras que podéis leer en estas páginas: a los mismos que llaman franquistas a los Reyes Católicos mientras portan camisetas del Che.

Es decir, a los que de historia o de pensar andan muy, pero que muy, apurados.

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