Voy a tratar de no insultar esta vez (lo juro), porque de las personas que voy a hablar, al menos como yo lo veo, más que insultos necesitan abrazos. Mucho. Quizá más de los que una persona mínimamente normal entendería que es una burla.
Algo así como cuando un perro maltratado te ataca: no es del todo culpa suya, pues sobre todo es de cómo le han hecho a la fuerza entender mal el mundo.
Y es que mentir es algo que todo el mundo hacemos en mayor o menor medida, ya sea para contentar a alguien, no hundirles en la depresión, o, en este caso, para no sentir que tu vida entera y tus sueños están exentos de sentido y, sin más, te tires de cabeza al mundo de la fantasía con tal de no pensar mucho en el asunto. Y es que mucha gente cae en esa usual práctica por simple estupidez (no es un insulto, sino una descripción de su funcionamiento cerebral), pues creen que al hacerlo nadie se dará cuenta de que pone la boca así, los ojos asa, o que tartamudea tras cada frase buscando un lugar donde esconderse y esperar a que ese momento de completa vergüenza pase de una vez. Muchas veces ese pobre infeliz se pone él solo en esa tesitura porque cree (complejo de héroe lo llaman) que debe hacerlo o algo malo pasara (pobrete). Pero la gran mayoría del tiempo son terceros los que, cual crueles marionetistas, le colocan ante toda la masa a hacer el ridículo con la esperanza de que no se note el eco que hay entre sus palabras, o la falta de argumentos y autoestima que expulsa por cada poro de su piel. Y, en estos casos, solo puedo sentir lástima. Mucha. Infinita. Pues los pobres bocazas acaban mintiendo por una mezcla de bajo nivel intelectual y poca convicción en lo que defienden, y, claro, el barco al final de hunde con todo el equipo; es decir, con él y los pocos que hayan confiado en los que están detrás empujando para decir, hacer o defender lo imperdonable.
Por desgracia estos kamikazes de la moral abundan en nuestra sociedad, pues el triste dinero (próximamente hablaré de los que confunden tener dinero con ser felices o tener una vida plena) o las promesas de subir en la escala social que nunca han olido, y jamás olerán, les empuja a creer que siguen haciendo algo bueno a pesar de las mentiras, a pesar de la pena que dan, y encima, al recibir los falsos aplausos por ser el único muro presente en la ecuación cubierto de pintura y orines de perro, su supuesto honor, creen tenerlo intacto y brillante, se les hincha como a un palomo en busca de una hembra.
Un honor que, con el tiempo y ante los ojos de todos, se acaba descubriendo que nunca existió.
Tristes marionetas, pobres marionetas, las que inundan nuestras redes sociales o asociaciones o elite política y que, día a día, le roban a los verdaderos poseedores de la verdad, con datos y argumentos y memoria, el atril del que les bajaron por miedo a escuchar la verdad que les provoca sarpullidos. Por suerte, quién recuerda para bien y mejor a los mentirosos, a los falsos y los que empobrecen el mundo, son aquellos que los usan como ejemplo a no seguir para alcanzar las metas verdaderamente necesarias, logrando así ahorrarse los pasos en falso que antaño los mentirosos recorrieron.
¿Prefieres una verdad dolorosa o escuchar marionetas?, ¿es mejor mentir para bien o la verdad para mal?
¿Quién tiene más valor, el que traga con los golpes con convicción, o el que traga… por miedo?
La mentira es la trinchera de los cobardes y los medrosos. Basta con tener la boca cerrada, nos ahorraríamos muchos males. Titiriteros y mimos son artistas irreconciliables.
Interesante reflexión, Manuel
Gracias por tu contribución <3
Sigamos reflexionando 😉