De un tiempo a esta parte se ha llenado España de putos mentirosos que, además, se están llevando más aplausos y reconocimiento del que merecen. Puede que sea porque las ganas de ser libres han menguado hasta convertirse en poco menos que polvo, o quizá porque finalmente han hecho de las suyas tantos años de adoctrinamiento en las escuelas o dejar de muchos pasasen de curso sin haber siquiera aprendido a pensar, pero lo que sí está claro es que a día de hoy, y tan cerca como está el 4 de mayo, los mentirosos tienen sobre sus espaldas una mochila cada vez menos llena de cazurros descerebrados; pero todavía la tienen inexplicablemente.
Y ahora hablemos de mentirosos, o si preferís ponerle apellido: Sánchez, Iglesias, Maestre, Escolar, Echenique, Montero, Vestrynge, Barceló, García, Gabilondo, Malaska, Ábalos; y creo que con esto ya habéis entendido el tema.
Lo que más me deja sin habla no es que estas personas hayan llegado a lo más alto a base de mentiras y falsedades (porque todos conocemos también los nombre de Azaña o Companys y como se nutrieron de ovejitas para alcanzar el trono), sino la constancia y dedicación con la que muchos les defienden a pesar de las innumerables pruebas de que no sueltan más de mentiras por esas podridas bocas que tienen, logrando con ellas que la paz de un país próspero hasta hace unos años, como es España, se haya convertido en un enfrentamiento tan estúpido y absurdo que si nos vieran nuestros abuelos (sí, aquellos que de verdad vivieron la Guerra Civil y, tras ella, dejaron de lado sus diferencias y se centraron en levantar sus vidas y su país, y vivir alejados de todo aquello) nos darían una paliza por gilipollas; y lo digo como nieto de un perteneciente a la Quinta del biberón.
Y sí, sé que la política a veces es exagerar o mentir un poquito (más o menos como cualquier trabajo), pero cuando se llega a un punto en que, directamente, actúan como si esto fuera una serie de televisión, mandándose a sí mismos balas o quemando sus sedes buscando torpemente dar pena o convertirse en un mártir; o inventando varias historias diferentes sobre un avión y su delincuente tripulante y las maletas que traía; o llaman a muertos cosas que no son y acaban siendo condenados por ello; o dicen por la mañana una cosa y por la tarde la contraria sin perder la sonrisa; o inventan palabras y términos para que los “accionistas” estén contentos y sigan chupando del bote; o tergiversan el pasado y el presente para que sus diarios y artículos de mierda muevan más a los peones a base de palos de golf inexistentes o fuentes sacadas del culo; o creen que la justicia es suya y de su amante expulsado de la carrera judicial, y pueden sacar y meter jueces y sentencias dependiendo de a qué amigo le alegren el día; o cuando hacer de moderadora es coger de la mano a uno de los tertulianos y llamar a los demás lo que no son para que no lloren sus amigos; o hablan sin saber, y como si llevases una zapatilla en la boca, por seguir chupando del bote que te han acercado a los labios y sin el que serías poco menos que un mendigo; o sacas gráficos falsos atacando a los demás creyendo que nadie te iba a preguntar de dónde salieron, pues crees que todos son igual de idiotas que tus votantes; pues, claro… uno llega a dos conclusiones:
1) los que los creen son gilipollas perdidos y no ven más allá de sus narices porque no saben leer o investigar por su cuenta.
2) los que los creen lo hacen con la finalidad de destruir nuestra sociedad, al igual que sus amos.
Cada vez que enciendo la televisión me encuentro con algún amante de la crispación, la mentira, el odio, la tergiversación o convertir a los demás en robots huecos y sin ganas de llenarse a base de esfuerzo, y eso me pone de mala hostia; pero no del modo que tantos utilizan para proyectar sus problemas personales, ya sabéis, dejando que sus puños actúen antes que la razón. Mi mala hostia sabe que la violencia sólo engendra violencia, y que eso es justo lo que muchos de los líderes actuales, mentirosos compulsivos, canallas sin escrúpulos que acabarán en la cárcel o se les recordará en los libros de historia como al escoria que son, quieren para que volvamos a 1936.
Yo voy un paso por delante de ellos, o quizá diez, porque sé que mi mala hostia está germinando también en muchos de vosotros, dejando crecer sus raíces y, tras ellas, las ramas que harán que esos estercoleros con poder acaben colgados de ellas por voluntad propia o a base de justicia real: esa que nunca puede ser social.
¿Vais a dejarles seguir con sus mentiras?, ¿no creéis que ya es suficiente de dejarles jugar con nuestras vidas como les plazca? Yo lo tengo claro: más pronto que tarde todos, absolutamente todos, van a caer. Y yo abriré una botella y brindaré sobre sus cadáveres.