Los globos de falsedad bañados en oro

Creo que lo mejor sería comenzar por algo muy simple: ¿sabéis lo que es la libertad de expresión y opinión?, ¿entendéis que alguien pueda decir lo que quiera sobre algo siempre y cuando no cometa un delito con ello?, ¿os parece bien que una opinión desde la más grande de las libertades caiga como una cascada de mierda sobre algo que vosotros aplaudís sin pensar mucho en ello?

Al parecer hay mucha gente, seguramente los mismos que aplauden a un atajo de energúmenos quemando contenedores, que estos días han leído comentarios míos sobre los premios que han dado en la edición de este año de los Globos de oro (en minúscula), y entre otras muchas cosas me han llamado nazi, racista, basura, payaso, y demás palabras que al no ir seguidas de argumentos estaba claro que provenían de pobres infelices sin mucho que aportar al mundo aparte de sus defecaciones mañaneras. Y como bien dice un gran amigo mío, ¡a mi me va la marcha!, voy a profundizar un poco en los motivos por los que estoy seguro, segurísimo más bien, de que este año los Globos de oro han sido no solamente los más vergonzosos de toda su historia, sino que además han instaurado un estúpido precedente en cuanto a quién votar y por qué.

Veamos, para empezar tenemos que tener en cuenta de qué año salimos y quiénes han sido los protagonistas del mismo (más allá del Covid).

Primero, los repugnantes delincuentes amantes del comunismo más totalitario de los BLM. Estos violentos disfrazados de ovejitas han sido aplaudidos por toda la escoria cultural del planeta, siendo incluso propuestos (proponidos, para nuestro Ministro de Consumo) para el Nóbel de la Paz. Queda todo dicho…

El segundo protagonista ha sido el viejo chocho de Biden, el presidente de las sombras de la pederastia y los chanchullos con China, el que utilizó como vicepresidente a una india de familia bien para vender un apoyo afroamericano y del pueblo, y que con la ayuda de los medios y el silencio de los que han recibido favores, ha ganado unas elecciones en las que han votado muertos, más personas de las que había en algunos estados, donde han impedido a los republicanos estar presentes en muchos recuentos de votos, y con un recuento por correo dictado por unas máquinas de la misma marca que las utilizadas en las elecciones Venezolanas: Smartmatic.

¿Hasta aquí todo claro? ¿Vemos hacia dónde van los tiros?

Ahora sólo hace falta mirar a los ganadores y a los nominados (donde se ha quedado la calidad más grande del año cinematográfico), y empezar a pensar y atar cabos. Para empezar, que una película tan mala y aburrida, tan politizada y estúpidamente obvia, como Borat 2 haya ganado mejor comedia, y de postre mejor actor para un Sacha Baron Cohen cuyo papel en Los 7 de Chicago era extraordinario, no es que sea de juzgado de guardia, es que apesta a deuda pagada por su “buen trabajo” riéndose del abogado de Trump y los rednecks. Lo mismo pasa con los premio a John Boyega (le fue bien su numerito del megáfono y sus fotos posando con rabia falsa en los ojos), a Daniel Kaluuya (haciendo de lider de los Panteras Negras, en una película que ha salido este 2021, y en un papel que solo tenía que “fingir” odiar al hombre blanco) o al tristemente fallecido Chadwick Boseman (comparar este premio con el de Heath Ledge es simplemente insultante), que cualquiera con dos dedos de frente en su lugar no podría mirarse al espejo por el tufo a tongo y bajada de pantalones del jurado.

Hay premios legítimos, por supuesto, pero cuando más de la mitad de los entregados son fruto de una situación social y del buenismo cultural, y no del mérito o talento superior que demuestran en pantalla los vencedores, es que algo funciona mal. Algo no está bien.

Los premios culturales deberían ser una de las cosas que menos influenciadas tendrían que estar por el momento histórico, pues si dejáis que esto pase, si sois de los que sonreís antes esto, no os diferencias mucho de uno de esos tantos millones de alemanes que en las olimpiadas de Berlín de 1936 aplaudían cuando un rubio atleta albino subía al podio.

Nada debería ser más importante en el arte que el talento y la meritocracia. Nada debería ser alzado o enterrado en premios por miedo a ser señalados si no lo hacemos. Nadie debería aplaudir que algo tan, hasta hace poco, importante como los Oscars o los Globos de Oro bajasen el listón y se arrodillasen a lo que una minoría cree que es “justo”, porque así sólo se convertirán en absurdos premios MTv o esa mierda cabezuda llamada Los Goya.

¿Pero qué dice la minoría ruidosa?, pues que está bien que este haya ganado y aquel sea alzado a los altares porque, ¡joder, las minorías siempre han sido silenciadas!

¿Os suena Sidney Portier o Hattie McDaniel o Kathryn Bigelow o Whoopi Goldberg, por daros una pequeña lista de ejemplos?

Pues a callar, coño.

 

 

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