No hay nada que nos haga más felices que creer que luchamos por una causa noble, por algo que nos abriría las puertas del cielo si tuviéramos la mala suerte de morir en ese momento. Y es comprensible. No estoy criticando eso, porque el llevar a cabo una buena acción es casi lo único que seguramente nuestros padres nos metieron en la cabeza cuando éramos pequeños; incluso el peor de ellos. El problema de raíz que tienen estas ansias de apoyar al que sufre, ayudarlo, ponernos de su lado, es que en ocasiones tendemos a dejarnos llevar por la sensación del final, la de la palmadita en la espalda, pero se nos olvida por completo todos los pasos que hay que seguir antes de siquiera levantar el puño y ponernos a atacar o defender a alguien.
Y así, claro, acabamos haciendo el ridículo siempre y de la peor de las maneras.
Hace una semana o así, por poner un ejemplo que entendáis sobre lo que estoy hablando, corrió por las redes un video en el que unos guardias de seguridad de un metro le daban de hostias a un chaval porque, palabras de los “agresores”, no llevaba la mascarilla de seguridad puesta. Por supuesto, y porque tenemos esa extraña costumbre de jamás ponernos del lado de las fuerzas del orden (da igual el rango o la ocupación), en seguida todo el mundo empezó a atacar a los que golpeaban, porque no podían, o se habían pasado de la raya, o demás bobadas que provenían de la ignorancia completa hacia lo que se estaba viendo. ¿Cómo empezó todo?, no se sabe porque el video empieza por la mitad. ¿Hizo algo el chico agredido para merecer los golpes?, tampoco lo sabemos. ¿Se pasaron de la raya los de seguridad?, pues quién sabe, quizá así o quizá no, porque de nuevo quizá todo empezó con el chico poniéndose chulo tras un aviso tranquilo por parte de los de seguridad, o puede que fuera borracho o drogado y él golpeó primero, o a lo mejor los del chaleco tenían la piel muy fina y de golpe empezaron a pegarlo porque sí. En realidad nadie sabe nada excepto los tres en discordia, pero en seguida las redes se llenaron de héroes anónimos que atacaban a los “agresores” y defendían al “agredido” sin saber nada del asunto y dejándose llevar por un juicio social sin pruebas concluyentes y que, claro, en cuanto quisieras salirte del circulo pactado por todos (la poli es mala, el agredido es bueno) en seguida te vuelves alguien que merece insultos, amenazas y adjetivos de esos típicos de los que no saben debatir ni explicar nada llegado el momento y escogen el atajo cobarde y fácil.
Este borreguismo se une a la lista de todos los de borreguismos que vivimos día tras día por parte de esa fracción de nuestros iguales que necesitan sentirse parte de algo o luchar por valores morales correctos, y lo hacen sacrificando su propio cerebro por el abrazo del mundo “civilizado” y que “sabe lo que hace”.
Porque la verdad no importa, o los hechos, o el escuchar y comprender las dos versiones, porque cuando algo que se sale de la ideología marcada como correcta sucede, es momento de actuar y de decir los eslóganes de turno y levantar el puño y jugar a reescribir el cuento de la lechera una y otra vez sin tratar siquiera de entender que nunca hay buenos puros y malos puros, jamás vamos a encontrar algo así. Solo somos gilipollas pegando a otros gilipollas, y la diferencia entre los animales y nosotros es que, por suerte, nosotros podemos razonar y comprender lo que ha pasado antes de lanzarnos de cabeza a la yugular de quien entendemos es el enemigo.
Por desgracia esto que acabo de escribir será usado, uuuuuna vez más, para tacharme de algo que no soy, pero como vendrá de los de siempre, la verdad, me produce más aburrimiento que hastío escucharlos. Es divertidamente agotador ver que personas inteligentes y cultas, que saben entender lo que pasa en el mundo, a veces se atreven a cerrar los ojos y señalar con el dedo solo porque sienten que deben hacerlo; porque de lo contraría les señalarán a ellos.
¿Y qué me da a mí el derecho a decir esto?, pues soy alguien que ha señalado muchas veces, algunas de forma incorrecta y mal intencionada, pero a diferencia de algunos que siguen empeñados en que jamás se equivocan, yo he aprendido de mis errores y ahora, antes de creerme cualquier mierda, me informo.
Pues solo el que acepta sus heridas es capaz de señalar las de los demás y, desinteresadamente, dar consejo.
Qué lujo haberte encontrado y poder leerte. Enhorabuena por tu sensatez. Cuánta falta nos hace. Y cuánta culpa tiene la prensa en esta sociedad de turbas con antorcha en la que vivimos. La verdad y la justicia pasaron de moda. Qué pena todo. Un abrazo.
Gracias por tus palabras, y el placer es, sin duda, todo mío.
¡Cuanta razón tienes! Y da igual que la tengas. Te la doy porque la historia se repite, incluso cuando no pasó nunca así en la :historia». Un gusto leerte.