La moda de llorar por la experimentación animal

El postureo es una práctica que en muchas ocasiones nos hace avanzar socialmente hacia arriba a base de decir gilipolleces sin más argumentos detrás que el simple y llano sentimentalismo. Es algo que suelen controlar fantásticamente aquellos que no piensan antes de lamer el culo a asociaciones o políticas llenas de mentiras y de tergiversaciones, de cortinas de humo que sólo buscan que sus líderes acaben comprándose casas en barrios pudientes y cargados de millonarios a los que los nuevos inquilinos insultaban religiosamente (como por ejemplo el chepas que te espera en el baño resfrescándose, o la fundadora de BLM que ya tiene su casa de 1,4 millones de dólares en un barrio de los Ángeles con solamente un 1% de personas negras a su alrededor). Pero de entre todos los discursos rastreros e hipócritas, de todas las paparruchas usadas como dogma por aquellos que necesitan un abrazo o tocar una teta, está el de la experimentación animal y sus “prácticas de tortura”.

Antes de empezar a dejarlos a caer de un burro debo puntualizar que llevo más de 15 años trabajando en investigación científica como técnico de laboratorio, lo que significa que el trabajo de manipulación animal y de administración de medicamentos a los animales de laboratorio me ha tocado, casi siempre, a mí. Esto, además de acarrearme varias semanas de tristeza y culpabilidad cuando empecé, me ha asegurado la capacidad de ver las cosas en tres dimensiones, sin blancos ni negros (algo que siempre me lanzan a la cara los mismos que después quieren que me calle sin más…), a la hora de hablar de tratar a los ratones, ratas, conejos, ovejas o cerdos que han pasado entre mis manos y he tenido que sacrificar en masa. Así que, lo siento queridos amigos de Pacma, Greenpeace o todos aquellos que no van a países verdaderamente contaminantes a hacer su circo: sé de lo que hablo, sé qué se hace y se logra, y no, no tenéis ni puta idea.

Hace un par de días han saltado a las páginas de los diarios digitales videos y fotos de personas manipulando y experimentando, con demasiado poco tacto eso sí, con animales en un centro de Madrid. Dejando de lado el modo rastrero de manipular a la opinión pública estando cerca de unas elecciones en esa misma comunidad (casi no se ha notado que la meta de todo esto es simple y llanamente atacar a Ayuso… si es que no se lo curran ya nada los panfletarios), me sorprende ligeramente ver como un discurso, una frase para ser más exactos, sale de la boca de la mayoría de estos llorones en cuanto les pones delante de la cara su hipocresía por pedir el fin de la experimentación con animales mientras toman medicamentos, utilizan aparatos sanitarios modernos, se practican una cirugía moderna, o se matan por vacunarse con cualquiera de las variantes del Covid: si tanto te gusta la investigación hazla contigo o con los de tu calaña.

Pues en primer lugar, genios llorones, esto que extendéis sobre la mesa ya lo puso en práctica un médico muy famoso y al que, desgraciadamente, le debemos muchos avances médicos de la segunda mitad del siglo veinte. Quizá te suene: doctor Mengele. Este “genio” utilizó a personas que no le caían bien, que para él no eran más importantes que sus animales de compañía (igual que su jefe, un tal Adolf Hitler, que amaba a los animales por delante todas las cosas… ¿de qué me suena?) para hacer avances médicos saltándose la Fase 0 y, sí, evolucionó enormemente la comprensión del dolor humano y del modo en que el cuerpo funcionaba con algunas técnicas revolucionarias pero, desgraciadamente, llevándose por delante la vida de padres, madres, hijos, hijas y, sin duda, eliminando varias generaciones de humanos en el proceso.

Con esto en la mente es ALUCINANTE que haya personas que digan cosas como úsalo en ti, payaso, o  un animal no merece sufrir para nuestro bienestar, creyendo que esos animales que se usan para encontrar la cura del cáncer de mama o el sida, para comprender como funcionan las adicciones y como mejorar la Metadona, para que las operaciones en fetos sea algo menos peligroso, para entender dónde atacar a las enfermedades auto-inmunes, salen de la calle o de la casa de alguien. La inmensa mayoría, por no decir el 99,999%, son criados en animalarios especiales para que el especimen no tenga nada que pueda alterar los estudios, por no decir algo obvio como que en muchas ocasiones ya los crean genéticamente manipulados para que el estudio, ¡sorpresa!, avance más rápidamente y no tengan que morir más animales de la cuenta. Así que, llorón, me temo que cuando me dices que use a mi perrete o me inyecte a mi mismo los experimentos no solo te estás poniendo al nivel de los nazis, sino que además demuestras que no tienes ni puta idea de cómo funcionan las investigaciones científicas. Eso sí, si te duele la cabeza tomate un Ibuprofeno, no vaya a ser que el dolor te impida salir a la calle con tu foto de un perro abierto en canal sacado de contexto.

Generalizar con dos gilipollas que dicen polladas mientras agarran a un animal (algo que, ya os puedo garantizar, no hacen por gusto sino porque es su trabajo) es algo que sólo puede practicar alguien con un bajo grado de nivel intelectual y de comprensión de la realidad. Y es que mientras sus lágrimas por la muerte de un mono o un perro les impiden pensar, se olvidan del sufrimiento y la culpa que los investigadores cargamos a las espaldas, pero que superamos hace años convirtiéndolo en un interruptor de sentimientos y emociones a la hora de ponernos a trabajar. ON y OFF, y listos. Suena mal, lo sé, pero ya tuve mis lloreras y mis tardes encerrado en la habitación abrazando a mi perrete cuando yo tenía 23 años y empecé en esto, tratando de quitarme de encima la pena por los ratones que había sacrificado ese día, así que perdona, llorón, si he evolucionado mejor que tú y veo a esos animales de investigación como lo que, por desgracia, les ha tocado ser: herramientas que sirven para un bien mayor.

Y ahora habrá algún “listo” que dirá que al decir esto de esos animales soy YO el que se comporta como un nazi, porque hablo de unos seres indefensos de este modo tan despectivo y ofensivo. Bien, veamos si comprendo tus palabras: ¿estás comparando a los judíos con animales?, ¿me estás comparando un mono, un perro o un ratón con un ser humano, colocándolos a todos en la misma escala evolutiva y de importancia?

Por cosas así prefiero a mi perrete que a vosotros.

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