Hombres con la regla, vecinos gilipollas y empresarios del miedo.

Si algo nos ha dado este encierro obligatorio, además de colocar en su sitio a nuestra casta política y aclararnos en que cubo de la basura deberían acabar todos, es una colección monumental de diferentes situaciones, personas y actitudes que andan entre la vergüenza, la pena y el completo asco.

Como no quiero que esto sea un texto aburrido de crítica, sino más bien que nos echemos unas risas y pensemos con calma a costa de los descerebrados que voy a mostraros, creo que optaré por la clásica lista, que anteriormente siempre me ha funcionado bien. Además que esto van a ser solo tres ejemplos, así que iremos rápido.

Tranquilos, que pronto podréis volver a no hacer nada en vuestras casas.

El hombre con regla: seguramente ya os habrá llegado el video de un chico, o chica, o chique, o chococrispies, o chucutren, que con sus santos huevos (esta expresión sí va con segundas) ha dicho en un video que debido al confinamiento le ha bajado la regla… sí, a alguien con el pelo largo y una nuez como mi cabeza de grande le ha bajado la regla. Dejando de lado la salud mental de alguien que puede creer ser lo que él quiera (hombre, mujer, pájaro, tractor…), el hecho físico de que le haya bajado la regla, cuando seguramente tenga pene o una cicatriz tras la cual no hay óvulos ni matriz ni nada, es cuanto menos interesante a la vez que preocupante. Lástima que hayan anulado el programa de Iker Jiménez, saldría un especial loquísimo.

Por desgracia, aparte de las risas, este es un nuevo ejemplo de que la ideología de género no es más que un circo para tontos y gente débil mentalmente, que necesitan urgentemente atención y abrazos, y burbujas impenetrables, para sentirse vivos o medianamente útiles. No sé quién es el chico, ni quién tiene cerca para charlar con calma y algo de lógica, pero creo que debería alguien de su entorno agarrarle de los hombros, zarandearle, y tratar que ese brusco movimiento le colocase el cerebro en su posición inicial. Por su bien.

Y que vaya al médico, porque ese supuesto sangrado no puede ser sano…

Los vecinos gilipollas: estos dan más asco que otra cosa, pues hay que ser un grandísimo hijodeputa para dejar notas en ascensores o debajo de las puertas de la gente, diciéndoles que al estar trabajando en lugares de riesgo (cajeras de supermercado u hospitales) lo mejor para la comunidad es que se vayan de sus casas una temporada, porque no quieren contagiarse. Ignorando por un segundo las raíces nazis que tiene eso de estigmatizar a alguien por un trabajo o posición social, lo que más gracia me hace es que seguramente a las ocho de la tarde muchos de estos malnacidos saldrán a la terraza para aplaudir como focas (el gobierno lo ha ordenado por redes con la ayuda de sus palmeros, así que plasplasplas) tras peinarse o ponerse ropa que no dé señales de que llevan todo el día en pijama viendo Netflix sin parar.

Este tipo de personas son la causa de que el mundo se vaya poco a poco a la mierda, pues anteponen siempre sus ideas o conclusiones erróneas y egoístas antes que tratar de ponerse del lado de los demás, y entender por qué se hacen las cosas fuera de su círculo.

Y luego estos mismos son los que te llaman cuñado o fascista a la primera de cambio… en fin.

Empresarios del miedo: lo divertido de este tipo de personas es que son las mismas que critican a las grandes empresas por usar mano de obra extranjera (que cobran menos que aquí al cambio en euros, pero para los trabajadores es un dineral y consiguen trabajos en condiciones que en sus países son difíciles de encontrar. Y solo tenéis que ver un reportaje que hizo el Évole y oír lo que los mismos trabajadores “explotados” dicen), o por usar tretas legales y con abogados de por medio para ahorrarse algunos gastos (todo, repito, LEGAL, cosa que algunos jamás podrán decir), pero después han perdido el culo en usar esta situación para sacar a la venta mascarillas de diseño, gafitas cuquis y demás polladas necesarias para la supervivencia diaria, a precios, desde luego, abusivos. Esta práctica tan rastrera, que huele a miedo a no salir nunca del anonimato y tratar de aprovechar una desgracia para lucrarte (me recuerda al caso de una cantautora que hace unos años saltó a la fama porque un niño muerto, y que la tele usó sin freno para ganar audiencia, oía una de sus canciones, y la pusieron hasta en la sopa consiguiendo que la contrataran en nuevos festivales y programas de televisión…), solo puede ser usada por alguien que, estando en el lugar de los empresarios a los que critican con tantas ganas, en ningún momento optarían por prácticas legales, lanzándose de cabeza a todo lo ilegal y que, sin duda, da dinero a espuertas para la gente sin escrúpulos.

Y esto, aclaro, no se acerca ni de lejos a los que hacen rebajas en sus productos por esta crisis, ni a los que piden que esperemos a comprar en las tiendas o lo hagamos directamente a editoriales ofreciendo ofertas (que también tengo mi opinión sobre eso), sino de los que serían capaces de vender a precios loquísimos algo que no necesitan a personas cuya vida depende de tenerlo.

Y después te piden que les apoyes para que crezca la competencia en el mercado…

Ahora toca mirarse en el espejo, recapacitar, e intentar leer entrelineas todo lo que hacemos, porqué lo hacemos y qué tipo de personas somos en realidad.

Que sirva para algo más esta reclusión. Por favor.

1 comentario en «Hombres con la regla, vecinos gilipollas y empresarios del miedo.»

  1. Somos una sociedad blandiblut acostumbrada al porno sentimental y con alta capacidad para ofenderse al tiempo que puede resultar de lo más ofensiva con cualquier desgraciado.

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