Hablemos de perretes.

Venga, levantemos todos el puño, las palmas, la espada o la pistola, y gritemos a la vez: ¡Somos la raza humana, y somos anormales!
Ahora repetidlo hasta que alguien se dé por aludido.
¿Nadie?
Venga, por favor, sabéis que estáis ahí del mismo modo en que yo sé que estoy aquí, escribiendo esto con un cabreo en el cuerpo de esos que me daría para escribir 20 páginas seguidas despotricando. Pero no, solo van a ser dos como mucho. No merecéis mucho más.
Podría centrarme en lo que vemos en la tele, en todos las bailes de políticos que no trabajan como prometieron, o que roban como se esperaba de ellos, de los partidos de futbol que nos aborrega o de los programas de televisión que no sirven más que para dar de comer a desechos humanos que no valen ni para darles una paliza en condiciones. Ni un tiro se merecen, porque el sudor del niño explotado que la fabricó no tiene la culpa. Pero en lugar de ir a lo obvio, a por lo que todos podemos insultar sin sentirnos mal o usándolo para aparentar o dárnoslas de enterados en las conversaciones de desayuno del trabajo, me centraré en algo que pocos ven pero que empiezo a estar harto de tener delante sin poder hacer nada al respecto; porque no se puede hacer nada cuando alguien está tan ciego y cree tener la razón con tanto entusiasmo.
Hablo, como habréis intuido por el título, por el trato que le damos a esos peludos seres que nos alegran la vida más que muchos de esos “semejantes” que por desgracia comparten el aire con nosotros.
Sí, vosotros: maldita escoria.
Harto estoy de cruzarme con personas que te preguntan, al ver que te acercas con tu perro, ¿es macho?, porque al mío no le gustan. Veamos, gilipollas, un perro, a no ser que le hayas hinchado a hostias desde pequeño y haya adoptado el humor de un skinhead, no es violento ni te va a hacer daño ni a ti, ni a otro perro a no ser que este último sea, de nuevo, un pobre desgraciado que se ha topado con un dueño descerebrado. Deja que se huelan, deja que jueguen, y si uno marca al otro pues ellos ya se entenderán. Si un perro es capaz de notar que estas triste antes incluso que tu mejor amigo, ¿te crees que no va a saber relacionarse mejor que dos hinchas de futbol discutiendo por si un gol estaba o no en fuera de juego? ¿En serio crees que sabes lo que necesita o hace bien a tu perro?, tú que si el pobre animal se para para hacer pis le tiras de la correa y le cortas la meada solo porque has tenido un mal día y te apetece tirarte al sofá para dormir las neuronas y convertirte en una planta.
Vamos, hombre. Piensa… o inténtalo al menos. ¿Sí?
Es increíble con qué facilidad los humanos creemos entender lo que nuestros animales de compañía necesitan, eso sí, siempre y cuando nos convenga a nosotros la respuesta que tratan de darnos, porque no hay nada más “gracioso” (me encantan las comillas) que ver a alguien decir es que tiene el día un poco tonto, por eso mejor no te acerques que no estará de humor, mientras le tira de la correa de clavos, puestos hacia adentro, y hace que el pobre animal se siente por simple lógica. ¿Quieres que te agarre de los huevos, dueño de mierda, y te los estruje mientras digo que te sientes, a ver si lo haces?, quizá me des una hostia entonces porque has dormido mal, o tienes el estómago lleno, o alguna de las memeces que sueltas por ahí como excusa de que tu perro está cabreado con el mundo por culpa única y exclusivamente tuya.
Amo a mi perro, quise con locura al que tuve antes, y me repatea más que muchas de las polladas que nos quitan el sueño pensar que alguien pueda hacerle daño indirectamente por una simple cuestión de falta de inteligencia humana, de aborregamiento evolutivo. Por eso cuando se me acerca un perro me agacho para acariciarlo, me la suda la raza, y muchas veces el dueño tira de él, y no me queda otra que preguntarle que qué mierdas hace, que porque hace que su perro sienta daño cuando está a punto de recibir cariño por parte de un desconocido. ¿Lo ves claro así?, ¿qué motivo hay?
Nuestra raza merece dejar de existir por el simple hecho de que todo lo que toca, TODO, lo convierte en basura que no huele mejor que la peor de nuestras diarreas. Porque, como un virus, todo cuanto hacemos acarrea una serie de acciones indirectas que no solo hacen que el germen sufra (que, con sinceridad, me hace feliz hasta límites incalculables) sino que consigue que el que le rodea, y sobre todo los que no pueden hacer nada para defenderse porque, para ellos, cualquier cosa que venga de su amo les llega por amor (manda huevos), acaban sufriendo las consecuencias.
Así que, en serio, tratad de ser más perros, más gatos, más cualquier animal de compañía, antes que humanos. Creedme, los pobres desgraciados que tengan que vivir a vuestro lado os lo agradecerán.
Lo que he dicho, dos páginas…

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