Cuando se abren las espirales.

A veces la mejor manera de enfrentarse a la vida es ponerte ante ella, echarle valor, y decir lo que verdaderamente piensas en voz alta, dejándote la garganta en el acto y, posiblemente, el orgullo. Tras esto, sin duda, te sentirás mejor contigo mismo y aprenderás una lección que te acompañará el resto de tu vida y te hará, si no mejor, seguramente más feliz. O al menos pleno.

Pero en otras ocasiones es más sencillo pegarte un tiro.

Como acabo de hacer yo.

El único problema de esta historia es que ya conoces el final, que nada de lo que diga te va a intrigar lo suficiente para seguir, porque ya sabes como acaba todo, pero espero que igualmente tengas un poco de curiosidad cuando sepas quién soy.

Tú.

Así que, ¿te parece si empezamos?

……

Siempre has sido una persona que no tiene problemas para hacer amigos. Es algo así como un don que, aunque no quieras, sale de ti como el sudor o las lágrimas y que, poco a poco, ha conseguido que todo el mundo te aprecie y te tenga en sus pensamientos cuando preparan o hacen o compran cosas. Todo lo agradable es sinónimo de tu persona. Así de bueno eres.

Pero las características personales que surgen sin esfuerzo, sin que siquiera sepas donde están guardadas, son siempre las que antes aburren, las que consiguen que dejes de ilusionarte por ellas. Incluso las eliminarías si pudieras, porque representan esa parte de ti que no has escogido ni sobre la que puedes hacer nada, y que son tan tuyas como el pelo o las uñas. Y tú lo que quieres es crear una personalidad nueva, algo así como hacerte un tatuaje, que le diga a los demás algo de ti que verdaderamente has gestado durante años de conocerte y de caminar en tus sueños alejado de la genética y la opinión pública.

Y decides hacerte animador infantil.

Payaso, para entendernos.

No es algo que se te haya ocurrido así de golpe, como cuando te levantas una mañana y te dices ¡hoy voy a salir a correr!, y tras 30 minutos sigues metido en la cama masturbándote con la vecina de abajo en la mente. Nada de eso. Lo de ser animador infantil se debe a que siempre has tenido una unión especial con los niños, ya sea porque te parecen tan divertidos como amigables, o porque ves en sus ojos una inocencia que, al crecer, todo el mundo pierde.

Y también porque la simple idea de destriparlos y jugar con sus intestinos te hace sudar y sonreír al mismo tiempo.

Nunca vas a estar seguro del todo, pero sabes que necesitas tener a uno muerto en tus brazos para ser verdaderamente feliz. Por eso eres tan bueno con tus sobrinos y los llevas al parque y a la guardería, porque saber cómo actúan ante cualquier cosa te da ideas, te hace imaginar; y planear la mejor forma de proceder.

Posiblemente no estés cómodo con tu forma de ser, y más ahora que te acabas de enterar, pero debes tener en cuenta que esta necesidad la has tenido siempre dentro, y que por mucho que luches contra ella tarde o temprano tenía que salir. No se puede luchar contra lo que realmente eres, igual que no se puede luchar contra el sistema (y ganar). ¿O eres de los que creen que sí?

Tu nombre artístico es Bon el Abrazos, aunque los niños muy pronto empiezan a llamarte Bon el Tonto, porque tu especialidad es hacerte pasar precisamente por eso: un tonto. Tropiezas, saltas, cantas mal adrede, e incluso dejas que ellos te lancen cosas y se suban a caballito a tu espalda. Para los adultos eres como uno de esos personajes que salen en la televisión, hablando de sus miserias y que demuestran, con cada palabra nueva que sale de su boca, que no se quieren a sí mismos ni a su familia. Creen que te gusta arrastrarte por el suelo y que no te das cuenta de que los niños hacen contigo lo que quieren. Que se están riendo de ti. Pero eso es porque, sin más, no saben quién eres realmente y no les interesa averiguarlo. Para ellos eres como un juguete para sus hijos, algo con lo que tenerlos distraídos mientras ellos hablan, fuman, beben, o tratan de conseguir amantes en los matrimonios de los demás.

Eres un sustituto de ellos mismos para la memoria de sus hijos.

Eres la diversión que ellos nunca les han sabido dar.

Eres Bon, el Tonto, el mejor amigo de sus hijos.

El último que les mirará a los ojos.

……

Un día especialmente soleado de mayo, el calentamiento global es así, te toca animar la fiesta de cumpleaños conjunta de 4 hermanos en una casa rural a las afueras de la ciudad. Te extrañó la primera vez que te lo dijeron, lo de los 4 hermanos, no lo de la casa, pero déjame que te recuerde la historia y lo entenderás. Esos padres de familia, ese matrimonio que se amaba, tuvo la suerte de quedarse embarazados después de muchos años de intentos frustrados y de orgasmos sin ganas, y cuando nació su primera hija, de nombre Lai, al parecer sus cuerpos empezaron a funcionar de otra forma y lo que antes era hastío y pocas ganas de vivir se convirtió, gracias a esa preciosa niña, en júbilo y besos a escondidas con amor desenfrenado de postre. Y eso les gustaba, y mucho, incluso cuando les dijeron, 4 meses después, que volvían a estar embarazados. Lai había sido un sol de niña, pues dormía bastante seguido y no daba, como su padre siempre decía, “mucho por el culo”, así que aquella noticia les pareció una bendición en lugar de la maldición que supuso. Porque lo que descubrieron es que había tres niños en aquella barriga extrañamente grande. El susto fue mayúsculo, e hizo que las canas y las arrugas empezasen a florecer en aquellas caras a una velocidad acelerada para unos padres tan jóvenes. Y el destino quiso, para redondear el chiste que les estaba contando, que nacieran aquellos 2 nuevos chicos y la nueva princesa de la casa solamente 2 días antes del cumpleaños de Lai. Por lo que se encontraron que en 365 días su vida habían pasado del desanimo y el vacío del hogar, a tener 4 hijos menores de 1 año pidiendo comida, atención, cambio de pañales, baños, juguetes, abrazos y, ahora sí, “dando por culo”.

Y ese año, el sexto de su corta vida, tenías que animarlos a ellos y a todos sus amigos.

Siempre que te encuentras con trabajos especialmente especiales (las redundancias te gustan mucho), optas por un maquillaje especial, uno que hace que los niños no te vean como una mezcla de colores sin sentido colocados en una cara desconocida. En estos casos juegas con el negro y el blanco, para que se queden más hipnotizados con tu cara al estar exenta de aquello a lo que están acostumbrados.

Siempre te ha funcionado, y esta vez estabas seguro de que va a ser igual.

Y lo fue.

Esa vez usas el maquillaje de espirales, que empiezan en medio de tus mejillas y que, a medida que va creciendo la figura, se encuentran en tu nariz y tus ojos, cruzándose y dándote la imagen de alguien que ha estado molestando a un gato en patines hasta que, cansado de ti, ha decidido recorrer tu cara con ellos. Las líneas mueren en la parte interior de tus cejas; la que viene de tu mejilla derecha en la ceja izquierda y la de la izquierda en la derecha. Es un maquillaje complicado, pero tras muchos años de usarlo para los días en que sabes que vas a acabar disfrutando de un premio especial, eres capaz de hacerlo en apenas 15 minutos. Después los labios los pintas de un blanco especial con purpurina negra, y eliges el traje de líneas verticales blancas y negras, muy parecido, sin serlo, al que en Big Bang Theory puso de moda el personaje alto e inteligente.

Nunca la has visto porque no eres muy de ver series, pero internet está lleno de memes al respecto, y te inspiro a la hora de coser.

Tu número de esa tarde va a estar lleno de las típicas bromas, ya te las sabes de memoria y por eso no las nombraré, pero vas a poner en práctica una nueva que, debido al gran número de niños y padres presentes, te va a ir de perlas como decía siempre tu abuela. Es algo que se te ocurrió de un modo muy natural, tanto que no sabes cómo llegaste a esa idea ni qué día exacto fue, pero echó raíces en tu mente como un cáncer y, desde entonces, estás obsesionado con ella casi tanto como abrazar niños desangrados bajo la brillante luna llena.

Y ese es el día.

Y estás realmente excitado.

……

Los niños ríen cuando toca, y los padres bostezan y miran hacia otro lado cuando sabes que lo van a hacer, y eso te da una seguridad que necesitas para que nada salga del plan que milimétricamente has creado.

Pasados unos 45 minutos de tu show, que es cuando los padres ya se han bebido, de media, tres cervezas cada uno, decides que es el momento de hacer el primer movimiento, que llega cuando Lai te hace caso en el momento en que le pides que te traiga una botella de cola. Vas a hacer una de esas cosas que tanto gustaron en internet en su época, y que duró poco más de una semana en el top de videos más vistos: el truco de meter Mentos en la botella de cola y hacer que un volcán de espuma salpique a todos los niños. Lo que no sabe nadie es que, entre caramelo y caramelo, has introducido un compañero de la familia de los sedantes, más específicamente Rohypnoles (es lo que tiene ser tan amigo de todos tus vecinos, que te dejan andar suelto y en confianza por sus casas, oficinas, farmacias, consultas médicas…), que harán que todo el que beba de esa botella, después de que finjas tú hacerlo y asegurar que está mucho más rico que antes, caigan redondos.

Te aseguras de meter muchos más caramelos que pastillas, por eso de que se pierda el líquido de la botella y no les alcance a beber a todos, y el número sale tan bien, que hasta los padres y las madres aplauden, y, tras asegurar que se puede beber y que está riquísimo, muchos de ellos se abalanzan como hienas empujando a algunos niños, para probar ese brebaje tan de moda hace unos años en Youtube.

Algunos dicen que no es para tanto, otros que es alucinante, uno de los niños al principio no se atreve pero acaba sucumbiendo a gritos de ¡marica marica!

Y las moscas empiezan a caer una a una.

Debido al factor peso/dosis los niños son los primeros en empezar a marearse y pronunciar de forma incontrolada palabras inexistentes, y les siguen al poco sus padres. Algunos de ellos incluso se desmayan a la vez que tratan de ayudar a sus hijos a ponerse de pie, o preguntándoles que qué les pasa. Tú sigues dando saltos, bailando y echando caramelos y pastillas en la botella, por si alguien quiere repetir. Ese alguien acaban siendo 3 padres, 2 madres y un par de niños que, al no estar en la lista de juguetes nocturnos, dejas que beban para caer en el sueño eterno debido a una sobredosis de sedantes.

Dulces sueños, pequeños.

Cuando ves que todos están en el suelo, más en el otro mundo que en este, decides dejar de actuar y vas, tranquilamente, al interior de la casa, donde te desmaquillas con calma, como recomienda el frasco del producto que siempre usas y que no te irrita la piel. Ves como desaparecen las espirales, la palidez de Bon el Tonto, para dejar paso a tu cara de buen vecino, esa que todos quieren ver en sus cumpleaños familiares y cenas de empresa. Compruebas que no has olvidado ninguna pequeña mancha blanca dentro de las orejas o debajo de la barbilla o el cuello, y decides, porque tienes tiempo de sobra, sentarte en el váter para ir de vientre.

Es algo que siempre te pasa antes de jugar con tus niños, algo así como una evacuación previa al llenado espiritual que te va a dar el degustar y bañarte en la sangre de tus amados.

La falta de cualquier tipo de sonido te hace sentir cada milímetro de tu piel. Te sientes solo, abandonado y libre, y a la vez preso de un mundo que no comprendes y tampoco quieres comprender, pero que de un modo extrañamente obsesivo tratas de agarrar con cada cuerpo que muere entre tus manos. Llevas, así contando vagamente, unas 47 criaturas en tu currículum, y todavía te parece que el mundo es demasiado complicado para ti, tanto que hace mucho tiempo decidiste, simplemente, caminar por él dejando tras de ti un reguero de llantos y de pantalones meados de completo terror, para que de algún modo algo de tu persona quede. Que algo se recuerde, aunque tú identidad no esté ligada a ese devastador sentimiento que es el perder un hijo.

Acabas y tiras de la cadena. Y vuelves a fuera.

Los cuerpos siguen donde, más o menos, recordabas, y empiezas a buscar a los 4 hermanos que van a acompañarte a tu casa.

Tus grandes zapatos de payaso pisan brazos y piernas en tu lenta búsqueda por el patio donde estaba llevándose a cabo la fiesta, y te sientes como si estuvieras caminando por un campo lleno de minas que no llegan a explotar.

La calma se transforma en algo de nerviosismo cuando no consigues dar con los hermanos que, inexplicablemente, no ves por ninguna parte. Deberían estar juntos, abrazados, ya que no han dejado de estarlo durante todo el rato en el que les has estado vigilando, y de todos modos no das con ellos. Vas a la parte trasera de la casa, a la delantera, vas hasta donde ha aparcado todo el mundo, incluyéndote a ti, el coche (y deseas que estén allí para poder ahorrarte el traslado de los cuerpos hasta tu maletero). Pero no hay suerte. Parece que la fortuna que hasta ese momento te era fiel ha decidido abandonarte por el primer listillo que le ha dirigido dos buenos y certeros piropos.

Casi estás a punto de abandonar y de buscar entre los demás niños que, aunque no parecidos, si consiguieran hacer que tu hambre se empequeñeciera, cuando ves un brazo que asoma por detrás de la pared oeste de la casa. Está estirado en el suelo, con las puntas de los dedos hacia arriba como si fuera una serpiente a punto de atacar, y las pulseras que lleva en la muñeca se parecen mucho a todas las que lucía Lai en su preciosa, suave, y estrecha muñeca.

Tiene que ser ella, te dices. Y aceleras el paso tratando de que la erección que ha empezado a nacer en tus pantalones no sea tan visible como te parece.

Cuando giras la esquina te encuentras con una imagen que te hace sonreír al tiempo que te paraliza; y una carcajada apagada y suave, como las que sueles hacer cuando eres Bon el Tonto, escapa de tu cuerpo.

Lai esta tumbada boca arriba, y la mano que no te saludaba antes está aferrada a la nuca de alguien con el pelo alborotado y oscuro, cuya cara está hundida en la entrepierna de la niña de 6 años. La cabeza sin rostro hace movimientos lentos y precisos, a juzgar por la fuerza con la que Lai cierra los parpados, y sus manos están sujetando fuertemente los casi inexistentes pechos de la hermana mayor del clan. Tras el propietario de la cabeza sin rostro hay otras dos figuras, del mismo tamaño y complexión, y una de ellas te da la espalda mientras la otra solo te muestra sus piernas que, como dos culebras pálidas y hambrientas, rodean una cintura, la que te da la espalda, cuyos desnudos glúteos se acercan y se separan de ella.

Primero piensas en que no recuerdas haberles visto beber de la botella de cola (un gran fallo), y después decides no decir nada y disfrutar de unas vistas grotescas, inexplicables, pero que llenan tu alma de un modo parecido al que encoje tu pantalón: veloz y sin medida. Infinitamente mejor que cualquier otro momento anterior a ese preciso instante.

Y decides hablar.

Y dices <<no os preocupéis>> y <<soy amigo>>, haciendo que se dejen llevar por Medusa y se conviertan en unas piedras que te miran con asombro, pero no con miedo o vergüenza. Te preguntan que qué pasa, y dices que Bon el Tonto cree que están siendo unos niños malos. <<¿Tú crees?>>, pregunta el excabezasinrostro, que se relame como si hubiese comido demasiadas palomitas y estuviera sediento. Le dices que sí, y que quizá debas avisar a sus padres, <<a no ser…>>, y dejas que tus palabras desaparezcan junto con el aire y toda la falsa inocencia que le habías otorgado a aquellos niños.

Ellos se miran, y después sonríen, y finalmente te miran. Y asienten en el momento en que las dos hermanas se ponen en pie y se acercan a ti y te tocan, y como apenas miden un metro veinte, no tienen que moverse mucho del lugar para pasar de tocar a besar.

Los chicos primero miran, después se acarician el uno al otro, y te sientes como el rey de un nuevo universo que acabas de descubrir, y en el que el mayor descubrimiento es que la sangre no llena ni la mitad que el resto de fluidos que contiene el cuerpo humano.

Y que la piel viva y caliente es mucho mejor que la pálida y falta de oxígeno en las venas.

La investigación de esa nueva forma de vida, la exploración de aquella nueva tierra, dura más de 2 horas en aquel lugar; y continúa 5 más en tu casa.

……

Sé que dije que te pegabas un tiro.

No se me olvida.

Y también recuerdo que dije <<A veces la mejor manera de enfrentarse a la vida es ponerte ante ella […] Pero en otras ocasiones es más sencillo pegarte un tiro>>, y ahora voy a eso.

No te preocupes.

El problema de tu vida, es que después de haber tenido mil escalofríos de lujuria y haber disfrutado hasta límites en los que creías que te iba a reventar la cabeza, entonces, descubres un nuevo horizonte, un nuevo placer que hace que el otro no sea más que un pequeño granito de arena al lado del sol, y te das cuenta de que nada de lo que hagas va a llegar a esa cima. Que la felicidad plena ya la has alcanzado.

Y decides que no vale la pena vivir más.

Y les pegas un tiro en la cabeza a cada niño, a cada ser que te ha abierto las puertas de un placer tan grande que sabes que jamás volverás a sentir, y después te miras al espejo, con la cara recién maquillada como Bon el Tonto, y te guiñas un ojo antes de meterte el cañón en la boca, no sin antes decirle a tu reflejo.

<<Ha valido la pena>>

Deja un comentario