Guía del Buen Pastor (parte 1)

Uno de los grandes errores que cometemos como especie es centrarnos en los peones que se nos presentan en la vida. Esas pequeñas fichas sin ninguna importancia, pero que suelen realizar sus tareas de un modo ordenado, grupal y totalmente suicida en muchos casos, suelen ser las dianas en las que se estrella la ira y frustración de aquellos que solo quieren seguir adelante sin que les molesten ni les bloqueen. Pero es un error. Uno muy grande, en realidad. Porque igual que si le disparas a alguien en un dedo del pie podrá quejarse y gritar, pero no impedirás que siga adelante, con los peones pasa exactamente lo mismo: uno puede caer pero el resto, que en algún momento le juraron fraternidad y unión, seguirán adelante sin trastocar sus planes iniciales.
Así que hoy, amigos, vamos a hablar de los pastores, esa subespecie de seres supuestamente superiores, de charlatanes sin mucho cerebro pero una larga lengua y enorme rodilleras en algunos casos, que son los verdaderos culpables de que la sociedad esté cada vez más cerca del totalitarismo más trasnochado y viejo del mundo; el que nos convierte a todos en peones, queramos o no.
Para comprender profundamente a los pastores primero de todo debemos tener en cuenta su psicología e ideales, pero no os preocupéis porque de ninguna de las maneras voy a empezar aquí un interminable monólogo sobre política e ideologías. Para nada. Sobre todo porque ninguno de los pastores tiene una en realidad, pues podrán hacerse llamar todo lo que se os pueda ocurrir, pero la verdad tras su discurso siempre, siempre, es el mismo: el poder a toda costa. Esa es su religión, su meta a alcanzar y, por suerte para nosotros, su talón de Aquiles, pues no hay nadie más débil en el mundo, nadie más fácil de comprender y etiquetar, que alguien que en sus actos busca algo tan absurdo como el poder y, con él, el control total de todo lo que le rodea.
Son facilísimos, tanto como el mecanismo de una piedra.
¿Entonces por qué siguen triunfando, siguen agarrando con sus correas a miles de peones cada día, en todas las épocas que ha habido en el pasado y habrá en el futuro?, ¿es que la memoria y el amor propio y a la paz no son suficientes para no caer de nuevo en su trampa? ¿Cómo es posible que siempre caigamos en las mismas tonterías? En realidad podrían ser miles de preguntas las que podría seguir haciendo, pero esta guía no va de preguntas exclusivamente, si no de respuestas y un análisis a pie de calle sobre la fácilmente reconocible y del todo innecesaria como es la de los pastores. Porque si algo de verdad debería extinguirse en nuestros días es la imagen de alguien que necesita, ansía y lo daría todo por tener el pleno control de la humanidad.
Esta guía, que no sé cuál su extensión porque esta subespecie es bastante mutable, pretende analizar esta figura, por desgracia, imperturbable en nuestra historia. Una figura que consigue que grandes países y mejores personas acaben enterradas debajo de las toneladas de mierda que los pastores sacan de los rincones más insospechados para, por un “bien mayor”, lanzárnoslo encima mientras les damos las gracias por estar muriendo de asfixia. Y tampoco debemos engañarnos: los pastores van a existir siempre, igual que las deformidades en el habla o las cerebrales o genéticas al nacer, y por eso la mejor forma de comprenderlos y, obligatoriamente, dejarlos en la esquina de no molestar, es analizando una a una las características que los forman y el modo de actuar, o tergiversar, para poder escalar escalón a escalón la pirámide que los lleva al trono de sangre en el que necesitan acomodarse antes de empezar a masturbarse de placer.
¿Empezamos?

LA PRIMERA MENTIRA

Hay que tener muy clara una cosa: el mayor enemigo que tienen los pastores es la verdad, porque con ella estando bien amueblada en las mentes de los peones nunca, jamás, podrán llegar a su meta. Esto se debe, por supuesto, al hecho de que la única manera de llevar a las personas a una esclavitud voluntaria, a un aborregamiento general, es haciéndoles creer que la estabilidad de la que estaban disfrutando no existe como tal. Que ESO que tenemos es malo y su MENTIRA es lo único que puede sacarlos de la “esclavitud”. Esa que, obviamente, nadie tiene en un principio.
El ejemplo más claro, y lo nombraré ya para que la Ley Godwin se quede cuanto antes contenta, es lo que Hitler consiguió en Alemania. Fue una de las mentiras más bien contadas, y envidiadas en secreto por todos los totalitarios populistas de la actualidad, de la historia, pues no solo hizo que la gente encontrase un enemigo lejos de sus casas, lejos de su propia responsabilidad como individuos o como país, sino que encima señaló a uno más débil (en cuanto capacidad de adoctrinamiento y de odiar y atacar a los demás, por supuesto) como fue el judío; un pueblo tranquilo, que va a lo suyo, y que a lo largo de la historia de la humanidad se ha dedicado, muy inteligentemente, solo a sus negocios y creencias sin molestar a nadie. Este detalle, que a día de hoy todo el mundo busca como trufas entre la mierda a la hora de tratar de tener a sus propios “judío”, era en ese momento la mejor opción que Hitler pudo encontrar y, por supuesto, solo necesitaba unos engranajes bien lubricados y una seguridad envidiable para echar a andar a sus peones.
Una vez se tiene fijado el objetivo, y se está seguro de que aguantará la flecha que vas a lanzarle, es el momento de empezar a contar la mentira, a poder ser sencilla y fácil de memorizar, para que los peones no tengan la necesidad de plantearse nada de lo que les ponen delante. Deben ser mentiras directas y totalmente transparentes, sin filtro, para que puedan convertirse rápidamente en panfletos y símbolos que puedan pasar de uno a otro sin miedo a perder el control del mismo una vez empiece a actuar la maquinaria.
Esto es muy importante: la mentira debe ser simple pero férrea, directa pero que tenga detrás un largo discurso para argumentarla, y sobre todo debe poseer esa extraña belleza que le da a todo el hecho de que va a servir para cambiar el mundo, para hacer algo realmente único e importante. Te va a convertir en un héroe, mártir, líder, o cualquiera de estos intangibles adjetivos que, a la hora de la verdad, no sirven más que para ponerse una medalla que a nadie le importa.
Un pastor inteligente debe saber mentir, debe saber contestar y debería tener claro que va a encontrarse delante a personas, obviamente, más inteligentes y preparadas que él en el noble arte de dar datos y argumentar, porque un pastor, a pesar de su labia y convicción, es alguien vacío intelectualmente hablando, pues puede tener mucha cultura y sentimientos, puede fácilmente ser alguien carismático y lleno de una energía que todos mataríamos por tener en cierto momento, pero es alguien que ante la lógica, la razón, los datos y la verdad es simple y llanamente un ser muy inferior a alguien que usa aunque solo sea el 2% de todo su cerebro. Los pastores necesitan mentir, necesitan tergiversar la verdad, porque saben que esa es la única manera de llevar a los peones al frente de la batalla, lanzándolos sin compasión a una lucha sin sentido tras la cual está la ansiada meta del pastor. Mintiendo una y otra vez, tantas veces como sean necesarias para que la memoria, los hechos, en definitiva, el pasado, se amolde a su meta como un guante, pues esa es la única manera de no ser tachado de loco, de parásito, de un completo inútil intelectual, y legar a convertirse en alguien respetado hasta tal punto de que el poder le sea regalado por los mismos que, en el futuro, serán los que sufrirán las consciencias surgidas tras el mal puro que habita en la mente de los pastores.
La primera mentira de un pastor es la clave de todo, la que hará que otras lleguen y muchas más nazcan de boca de los demás sin que él tenga que hacer nada. Igual que fichas de dominó, una tras otra, las mentiras que llevan a un totalitarismo aceptado por todos, necesita su primer empujón, su primer dedo acusador firme y sin titubeos. Y una vez esta primera mentira se arraigue en las mentes de los peones, ansiosos a esas alturas de tener un futuro mucho mejor que el presente perfecto que les han hecho creer que está podrido, el pastor puede seguir dando pasos hacia adelante, sobre los cadáveres futuros de todos los que le aplauden y le piden que les salve del enemigo.
Un enemigo que, en realidad, son ellos mismos.

 

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