Siguiendo la ley de protección de datos, los nombres de algunos de los mencionados en el siguiente documento han sido censurados para proteger su identidad
Transcripción de la Grabación 01 de 01 del caso número 34.098
Extraído de los archivos de la jefatura de policía de la ciudad de (censurado)
Agente: ¿Estás bien, (censurado)?
Interrogado: Sí. Muchas gracias.
A: Ahora, ¿podrías contarnos lo que pasó la pasada noche de Reyes?
I: ¿Por qué quiere que se lo expliqué?
A: Sólo para aclarar un poco las cosas. Además queríamos que nos contaras lo que viste esa noche.
I: ¿Quién les ha dicho que les vi?, me dijeron que guardara el secreto. ¿Se han enfadado conmigo?
A: ¡No!, nada de eso. Tranquilo, hijo. Estate tranquilo. Sólo queremos que nos cuentes lo que pasó esa noche. Lo que viste. Y no te preocupes que nadie va a enfadarse contigo. Estás aquí con nosotros y no va a pasarte nada. No tienes por qué preocuparte, ¿de acuerdo?
I: Vale… ¿me lo promete?, es que me dijeron que no dijera nada, y lo último que quiero es que se enfaden conmigo.
A: Te lo prometo.
I: Bueeeeeno… (sonido de dedos dando pequeños golpecitos sobre una mesa). Pues lo primero que hicimos fue ir a casa de mi tía (censurado). Siempre vamos allí la noche de Reyes a cenar porque desde su balcón puede verse perfectamente pasar la cabalgata. Mi primo, durante toda la cena, volvió a insistirme en que los Reyes no existen. Lleva así ya dos años. Cuando volví a decirle que no tenía razón, su única respuesta fue tú que sabrás, si sólo tienes 9 años, como si eso fuera motivo suficiente para ganarme. Me preguntó cómo no era capaz de ver que era imposible que aquellos tres vejestorios repartieran regalos por todo el mundo, ellos sólos, y le contesté, de nuevo, que le faltaba imaginación. ¿Sabe?, lo que le pasa a mi primo es que no sabe ver más allá de sus narices. Sé que tiene dos años más que yo, pero es de los que prefieren ver la televisión, haya lo que haya en ella, antes que leer, y así es normal que no pueda comprender nada de lo que pasa en el mundo.
>>Mi madre, desde pequeño, me animó a leer todo lo que caía en sus manos, ella misma me enseñó. Primero fueron cuentos, después novelas juveniles, y en cuento cumplí los 5 ya estaba enganchado a esa magia que solamente los libros saben regalarnos. Es tan divertido ser más de una persona, estar en lugares que nunca vas a estar, ¿sabe?
>>¿Cuáles son sus favoritos?
A: Emm, bueno, leo muchas novelas históricas, de esas que cuentan cosas que ya han pasado. Que son verdad.
I: Mis favoritos son los de fantasía, seguro que le gustaría mucho también. ¿Ha leído algo de Robert Holdstock?, ¡he leído todos sus libros!
A: No, pero explícame más sobre tu noche de Reyes ¿Recuerdas?, es lo que necesitamos que nos expliques.
I: ¡Es verdad!, Perdón…
>>Después de comernos el roscón, y de que a mi primo le tocase el haba (intento de disimulo de risas) nos asomamos todos al balcón. El de mi tía es muy grande, y como es un segundo piso podemos verlo todo perfectamente, ¡a veces hasta nos llegan caramelos!
>>Mi rey siempre ha sido Baltasar porque mi padre dice que a él le llevaba los regalos cuando era pequeño, y estas cosas se heredan. A mí me gusta mucho porque lleva ropa muy extraña y su piel es negra, y eso hace que sea más difícil de ver cuando entra en las casas a dejar los regalos. Seguro que, aunque siempre está el último cuando pasean los Reyes, es el jefe. Seguro que sí. ¿Y sabe una cosa?, ¡esa noche me miró! Cuando llegó su carroza, que era con diferencia la más bonita, y dejó de tirar caramelos se giró hacia nuestro balcón y me miró, ¡directamente a los ojos! Yo le señalé con una mano y le saludé con la otra, ¡estaba muy emocionado! Me contestó moviendo su muñeca y saludándome, como diciéndome hola, y yo le grité: ¡Nos vemos esta noche!
A: ¿Y después fuisteis a casa?
I: Sí, ¡y antes de la hora a la que nos vamos siempre! Estaba muy emocionado y convencido de que iban a traerme todos los regalos. El viaje en coche se me pasó volando, y las luces que adornan las calles, que cada año son más, parecían brillar con muchísima más fuerza, ¿sabe?, como si estuvieran igual de contentas que yo. Igual de emocionadas porque llegaban los Reyes.
A: Serías un buen chico y te irías pronto a dormir, ¿no?
I: Bueno (nuevos golpes de dedos en la mesa), si se refiere a que fui a mi cuarto… pues sí. Pero no podía dormir, ¡y lo intenté!, creo que estaba demasiado nervioso porque llegaran. Por ver mis regalos, ¿sabes?
>>Traté de dormir contando las estrellas fluorescentes que colocó mi padre en el techo hace años, y cuando vi que aquello no iba a funcionar decidí ponerme a leer, pero no para quedarme dormido, porque para mí es imposible dormirme mientras leo, sino para que la noche pasara mucho más deprisa. Y entonces oí un ruido.
A: ¿Dónde?
I: Estoy seguro de que fue en el salón. Mi habitación está cerca de la puerta principal, al otro lado de la de mis padres y del balcón, y cuando estuve convencido de que el ruido venía de allí noté como se me encendía la cara de felicidad ¡Eran ellos!, ¿Quién si no iba a entrar por el balcón? Así que salí de mi cama de un salto y pegué la oreja a la puerta. Oí como unos pasos estaban recorriendo la casa, y supe que eran más de una persona porque el sonido venía, a la vez, de cerca y de lejos, y cuando me pareció que se estaban acercando a mi puerta puse el pestillo con mucho cuidado, para que no me pillaran. Todo el mundo sabe que si los ves te quedas sin regalos, y menos mal que cerré, porque a los pocos segundos alguien giró el pomo. Fue un giro lento, con miedo a ser descubierto, y cuando se dio cuenta de que no se podía abrir dejó mi puerta en paz y se fue de nuevo al salón. Seguro que era Melchor, pero no me pregunté porque estoy tan seguro; sólo lo sé.
A: ¿Qué pasó después?
I: Me quedé en mi cuarto y me fui a dormir.
A: ¿Sabes que tienes que decirnos la verdad, no?
I: ¿De verdad no se enfadarán conmigo?
A: No lo harán. Te lo he prometido, ¿recuerdas?
I: Bueno… vale.
>>La verdad es que salí de mi habitación. No podía perder la oportunidad de verlos, ¿sabes? ¡Eran ellos! Así que recorrí el pasillo que lleva hasta el salón muy poco a poco, porque mi plan era verlos mientras colocaban mis regalos sin que me vieran, y cuando llegué a la entrada del salón me quedé muy quieto y me asomé.
>>¡Habían muchos regalos!, pero en lugar de estar encima de la mesa y del sofá, estaban tirados por el suelo, como abandonados, y los papeles que los envolvían estaban rotos. Pero no fue eso lo que más me extrañó. La puerta del cuarto de mis padres estaba cerrada, ellos nunca la cierran, y la luz de dentro dejaba ver el marco de la puerta como si estuviera dibujado con tiza. También se oía un ruido muy raro, como cuando pisas sin querer la cola de un perro, o alguien llora y se tapa la boca. No entendía quién lo hacía, ni por qué. Y entonces se escuchó un golpe muy fuerte que hizo que los demás se apagaran, como si alguien hubiera apretado un interruptor.
A: ¿Qué tipo de golpe?
I: ¿Se le ha caído alguna vez una mochila llena de libros al suelo?, ¿o solamente uno, pero totalmente plano encima de un suelo muy liso?, pues algo así. Era muy raro y no sabía qué hacer porque si me acercaba sabrían que estaba despierto, y se iban a enfadar conmigo. A mis padres no les gusta que salga de mi cuarto por la noche. Dicen que es peligroso.
A: Pero fuiste, ¿verdad?
I: No hizo falta, porque la puerta se abrió. Lo primero que pensé fue en que debía volver a mi cuarto lo más rápido posible a esconderme, pero entonces les vi y me quedé paralizado.
>>El primero en salir fue Gaspar. Tenía la corona entre sus manos y una enorme sonrisa se asomaba a través de su rubia barba. Parecía muy contento. Tras él salió Melchor. Se estaba abrochando los pantalones y tenía su camisa empapada en sudor, y su barbaba estaba manchada de un líquido espeso que también cubría parte de su capa y sus pantalones. También sonreía, pero de una forma mucho más satisfecha que la de Gaspar. Y, al final, apareció Baltasar. Era el más elegante de todos, con su brillante capa y su corona, y llevaba en sus manos una especie de bastón cuyo mango era de madera, de una forma muy poco cómoda, y de él salían dos tubos de metal que dejaban escapar humo por el extremo que se apoya en el suelo. ¿Y sabe lo mejor?, ¡que me pilló!
>>Debería haberme asustado, pero no pude porque en cuanto puso sus ojos en mí me sonrió del mismo modo que en la cabalgata. Y se acercó.
>>Me dijo hola y me preguntó si había sido un niño bueno ese año, a lo que contesté que sí sí sí, y me acarició la cabeza y me hizo prometer que no le diría nada a nadie, que aquello sería nuestro secreto. Yo no pude hacer otra cosa que volver a decir sí sí sí, y él sonrió de nuevo y me pidió que no molestara a mis padres, que necesitaban dormir. Le aseguré que le haría caso en todo y que sería siempre un niño bueno, y antes de que desapareciera en el balcón le dije que le quería mucho; Baltasar me dijo que él también a mí.
A: ¿Y después?
I: Después me fui a mi cuarto y me quedé dormido en seguida.
A: ¿Y después?
I: ¿Después?, pues me despertó su amigo y me trajeron aquí. Ya está.
A: ¿Estás seguro de eso?
I: ¡Claro! ¡Fue la mejor noche de Reyes de mi vida!
A: (censurado), escúchame bien; eso no fue lo que pasó.
I: ¿Cómo que no?, claro que sí.
A: No, lo siento. Nosotros recibimos una llamada de tu tía (censurado), preocupada porque no contestabais al teléfono desde hacía dos días, entonces fuimos a vuestra casa…
I: ¿Dos días?, si hoy es día 6, ¡tengo que ir a jugar con mis regalos!
A: No. Hoy es día 8. Entonces fuimos a vuestra casa y al ver que no contestaba nadie forzamos la puerta y entramos. Y te encontramos.
I: Sí, su amigo me despertó.
A: Sí, eso es cierto, pero no estabas en tu cuarto sino en la cama de tus padres, dormido sobre un charco de sangre que empapaba toda la sábana.
I: ¿Las sábanas se han manchado?, mi madre se va a enfadar mucho…
A: Creo que no me entiendes. Tus padres también estaban en la cama, muertos. Alguien los había apuñalado.
I: No, los Reyes me dijeron que estaban durmiendo. Ellos no me mentirían nunca.
A: Quizá te va a costar entender esto, pero todo apunta a que tú has sido el que has acabado con la vida de tus padres. Te encontramos acurrucado entre los cadáveres con un gran cuchillo entre las manos, el mismo que, según la científica, degolló a tu madre y apuñaló repetidas veces a tu padre.
I: No… no entiendo…
A: Todos estamos tratando de comprenderlo. Por eso te estoy preguntando…
I: No, me refiero a que no fue eso lo que les pedí a los Reyes en mi carta; les dije que quería que mis padres me dejaran más tranquilo, que no estuvieran siempre tan encima de mí vigilándome y poniendo reglas para todo.
A: (censurado), escúchame bien: los Reyes Magos no existen, ellos no han hecho nada de esto. Parece que todo lo que me has contado ha sido una alucinación tuya. Tú has matado a tus padres.
I: No, se equivoca. Los Reyes Magos existen, lo que pasa es que como nadie cree en ellos sólo les llevan regalos a los que sí lo hacen. Y yo creo en ellos.
>>Ahora, por favor, ¿puedo ir a jugar con mis juguetes?