Fanáticos

La definición simple y que todo el mundo es capaz de reconocer, incluso mirándose muchas veces delante de un espejo, de un FANÁTICO es la de alguien que ciegamente sigue las ideas o reglas de algo sin hacerse muchas preguntas al respecto (o siquiera pensando que existe la sola opción de hacérselas), pues su fe en ello es total y sin fisuras, y sería capaz de hacer cualquier cosa por ellas. También puede estar unido a la figura de alguien, cuyas palabras o ideas serían poco menos que sagradas e imposibles de siquiera contradecir bajo pena, autoimpuesta muchas veces, de traición.

Muchas veces no es malo ser un fanático, sobre todo en esos casos en los que tus gustos, por ejemplo musicales o cinematográficos, te convierten en poco menos que un gran entendido en la materia y cuyo cerebro se acaba metamorfoseando en varios cientos de enciclopedias. Este tipo de gente, perfectos como compañeros en partidas de Trivial, son los únicos que puedo respetar como fanáticos, pues con su fijación no hacen daño a nadie (excepto a veces a su virginidad) y sólo nace de un gusto muy intenso y que, muchas veces, sin él no tendrían un motor que les hiciera ser felices o seguir adelante.

Pero aquí no estamos para hablar de ellos, sino de los descerebrados violentos que a base de fuerza bruta y muchos complejos de inferioridad, acaban haciendo cosas como la invasión de Afganistán de este fin de semana. Estos, muy inferiores a los animales en cuanto a raciocinio y alma, cada día que pasa crecen en número no sólo en este caso, sino como defensores de ideologías y dogmas políticos que se basan en una sequía cerebral, y un QI bajo bajísimo, que les empuja a creer que sus reglas tienen que ser defendidas por todos, o nada. Son jodidamente reconocibles con solo mirarlos a los ojos, pues poseen un ceño fruncido muy primitivo y vacío, lleno de estupidez y completa falta de comprensión lectora o auditiva, que les lleva por un camino de muerte y destrucción sobre el que caminan con orgullo, pues, ciegos y tontos, creen que solo de este modo vale la pena recorrer el paseo de la victoria. Son incapaces de pensar que más allá de sus palabras, o las que les han metido a empujones en un cráneo lleno de eco, hay vida, hay felicidad y libertad, pues la incapacidad que tienen de empatizar ni con sus iguales es otra de las cartas de presentación de esta “élite” que existe sólo para destruir la paz y, con ella, el mundo.

Y sí, me he centrado en primer lugar en los talibanes del presente, pero esta etiqueta simple y comprensible incluso por las amebas más secas puede aplicarse con las “feministas” actuales, los pijos comunistas, los progres de Twitter, o los lobbis LGTBQ+, pues ellos (al igual que los asesinos de barbas y turbante, que a estas alturas habrán violado o matado a tantas mujeres que el Ministerio de Igualdad debe estar húmedo de alegría) no toleran al diferente, no comprenden la libertad, ni quieren que nadie se atreva siquiera a creer o imaginar que más allá de su lucha hay algo que los demás puedan oler siquiera.

Son racistas de la libertad, paladines de un futuro muerto y podrido del que creen que crecerán flores de todos los colores, pero, como he dicho más arriba, la incultura es el arma principal de los fanáticos, los cuales, muchas veces, también son mala gente y gilipollas integrales.

Ahora los que estaban en contra de la entrada de tropas en Afganistán para echar a los talibanes callan al ver como los aeropuertos se llenan para huir, o las mujeres se esconden para sobrevivir, porque si hay algo que los fanáticos no pueden tolerar es la verdad. La misma que, día tras día, les pregunta: ¡QUÉ COJONES ESTÁS HACIENDO?

Y ellos contestan…. No sé.

Deja un comentario