No hay nada más placentero que observar desde una hamaca, mientras te tomas una cerveza fría, cómo todos los que hace tiempo te insultaban y despreciaban, cómo todos esos bocazas sin argumentos (pero mucho carisma de ese que se tragan los más necios) acaban por aceptar tus antiguas palabras, tus argumentos, y todo aquello que ellos usaron para despreciarte, y así tratar de ponerse ellos medallitas e intentar que nadie se acuerde del modo patético y borreguil con el que vivieron episodios históricos del pasado.
Es, de corazón, muy MUY placentero.
Y no hablo sólo de todo lo relacionado con el Covid (las vacunas inservibles, el pasaporte liberticida, las mascarillas que hay quienes a día de hoy siguen usando incluso en el coche a solas), sino sobre todo de cómo el comportamiento de varios de esos becerros se ha transformado poco menos que en un chiste devorado por su propio yo de hace un par de años. Por ejemplo, y antes de alejarme definitivamente del tema bicho, es gracioso observar como una empresa sanitaria privada con sede en San Cugat que se ha literalmente forrado a base de engañar a la gente con el tema Covid, ahora ni se atreven a nombrar las pruebas que realizan por redes sociales, no vaya a ser que alguien (como yo) se acuerde de sus malas prácticas. La empresa, en su día y también por poner un ejemplo, estuvo cerca de 20 días cobrando 99 euros por PCR sin tener claro si el programa o la máquina funcionaban siquiera. La misma empresa que al tener su primer positivo por Covid en PCR casi sacaron el champán para celebrarlo porque eso quería decir que el tema funcionaba; no como los Ag que salían positivo colocando sólo el líquido que venía con el pack o con agua del grifo (yo estaba ahí al probarlo), o los Ac que no salían positivos para trabajadores recién vacunados con su primera dosis.
Ahora, por supuesto, callan.
La estupidez humana llega a cotas tan irritantes y lerdas que es muy sencillo encontrarse frente a frente con personas a las que les debes un favor y apenas te hablan, o amigos del alma que simplemente porque alguien les ha dicho que uno es loquesea (unido a todo el retraso mental que el pobre inútil arrastraba en su día a día) de pronto deciden que eres poco menos que un leproso y, sin más, te tachan de la lista de conocidos. Todos ellos, sin excepción, están donde están gracias a un servidor o han conocido a gente porque me salió de las pelotillas presentárselos, para después, igual que un perro con retraso mental que decide de un día para otro morderle la cara al bebé de sus dueños, muchos no es que no hablen de mí o sobre mí en público, es que directamente niegan mi existencia o siguen utilizando facilidades y conocidos que me deben como a sus padres el don de haber nacido.
¿Y qué hago yo contra esta forma de ser y pretender escalar en una carrera tan muerta como su talento?, pues actuo del mismo modo en que un buitre hambriento reacciona al toparse con una gacela devorada por las hienas: paso de largo y continuo feliz con mi vida seguro de que soy realmente libre y puedo todos los días mirarme en el espejo sin problemas.
La raza humana es algo raro y lleno de taras pero, para mi salud mental, me rebotan todas sus patadas a la espinilla y, como buen creador, simplemente los uso cual trozo de papel higiénico para ejercitar mis dedos en estos apenas 18 minuto que me ha llevado escribir estas dos páginas mientras decido si me pego una siesta o leo hasta acabarme el nuevo libro que tengo entre mis manos. Ellos, por supuesto, tampoco basan su vida en darle vueltas al asunto, pero hay algo que ninguno puede negarme: saben en lo más profundo de su ser que algún día, sin ningún tipo de duda, les pasará como al laboratorio de San Cugat y tendrán que recular en sus actos rezando para que nadie, nunca, les recuerden esos errores movidos por el egocentrismo, la codicia, la falta de moral o, simplemente, su profunda idiotez.
Decidí leer hasta acabarme el libro.
Sí, eso haré.