El silencio de los de siempre

En el mundo hay dos tipos de personas: aquellas que cuando pasa alguna cosa mala hablan y opinan, ya sea de un bando o de otro; y aquellos que llevados por su corta inteligencia y supina esclavitud, callan por el miedo estúpido al “qué dirán” y esconden la cabeza bajo tierra como la peor de las avestruces rezando para no salir malparado cuando la tormenta acabe.

Los segundos, por si no se entiende, son los que más me divierten, sobre todo porque muchos de ellos fueron en el pasado “amigos” míos o me deben más de un favor o, directamente, su posición actual.

Pero dejemos que los gorrinos se ahoguen en su pocilga. No merecen mucho más tiempo.

Si el mundo va mal, si nuestras sociedades cada día se parecen más a la sombra de aquello que fueron hace años, es justamente por el silencio de esa pequeña minoría ruidosa que hacen crecer cortinas de humo cada vez que un verdadero problema se les pone delante. Es comprensible su elección a la hora de actuar, pues como las peores hienas basan su pobre existencia en tragar aquello que les dan rezando por que pronto, si se portan bien, volverán a tener el plato lleno de nueva bazofia de la que alimentarse. También es lógico que así sea, por darles una pequeña palmadita en la espalda como premio, pues su simple existencia se basa en caer bien, en entretener, y lanzar por la ventana la meritocracia a cambio de favores firmados bajo mesas, en esquinas de bares, sobre las cenizas de sus victimas y, sin ningún tipo de duda, frente al aplauso de todos aquellos patanes que creen en su palabra a cambio, como una infinita fila de fichas de dominó, de una pequeña medalla al mejor perro faldero.

Por ejemplo, lo que está pasando en Cuba, el alzamiento de un pueblo cansado de 60 años de una dictadura encubierta por los grandes líderes y aquellos que han exprimido a un pueblo mientras escribían películas y libros repugnantes y alejados a mil leguas de la realidad, está colocando en su lugar a todos los actores, músicos, escritores, políticos, supuestos intelectuales y escoria de Twitter y demás redes sociales. Este grito de un pueblo cansado es la patada final en esos millones de entrepiernas cubiertas de camisetas con la cara del Che y Fidel, con estrellas revolucionarias, con puños en alto y demás simbología que apenas saben explicar (ya no digamos defender con argumentos), que de pronto han callado mientras bebían del mayor de los silencios para no ahogarse en la demagogia y la hipocresía que lleva toda la vida llenando sus carteras, barrigas y egos.

Siempre lo digo, y esta vez no será una excepción: el tiempo pone a cada uno en su lugar y, muchas veces, incluso lo entierra en una fosa. Hoy, ahora, aquellos que callan tienen que ser conscientes que nunca, jamás, vamos a olvidar su escasez de palabra, y que, en adelante, cuando se atrevan siquiera a abrir la boca para decir alguna de sus majaradas sacadas de aquellos que les dejan ser sus mamporreros, tendremos este presente y el grito de un pueblo oprimido durante años, para callarles la boca y clavarlos en su sitio: la esquina de pensar con un enorme gorro con orejas de burro encasquetado en sus huecas cabezas.

Por cierto, ¿a dónde creéis que nos lleva la Ley de Seguridad Nacional que quiere imponer nuestro actual gobierno?

Fijaros en quién calla también ante ella, y pensad…

Deja un comentario