El Rey y los ciegos

El ansia de poder es algo que mucha gente deja crecer en su corazón debido a sus faltas en cuanto a cariño, amor, nivel intelectual, su inmenso odio hacia los que son más talentosos, o a los complejos infantiles, y en estos casos, como el de este cuento/historia/fabula, solo les separa el ser Rey, el sentarse en la poltrona, un ciego.

Y, por desgracia, hay muchos ciegos o muchísima gente con muchas ganas de serlo en caso de no haber nacido con esta minusvalía.

En esta historia breve, el futuro Rey, un ser pusilánime y del todo incapaz de ser útil en el día a día de cualquier civilización decente y próspera, se cansó de ser el último mono del circo al que dejan los últimos mendrugos en la piara, y, muy chulescamente y sabedor dentro de su bajo coeficiente intelectual de que no hay nada que guste más a los ciegos que las promesas de un mundo mejor, decidió tramar un plan maestro que acabaría con él en lo más alto de la cadena alimenticia.

En primer lugar debía prometer una serie de tonterías con mucho sentido, es decir: pregonar lo que incluso el más borracho de los borrachos había llegado a comprender que necesitaba la sociedad para prosperar un poco más, y con eso bajo el brazo decidió crear una bola de nieve gigante que, poco a poco, devoraría a todo el que se atreviera a decir la verdad sobre los planes del futuro Rey mediante amenazas, insultos, degradaciones y, sobre todo, colocándolos en el lado del enemigo dentro de la guerra que se acababa de inventar.

Aquí entran los ciegos.

Estos pobres individuos, caracterizados por necesitar en su día a día que alguien les diga qué hacer y cómo pues, de otro modo, perecerían, verían en el futuro Rey una oportunidad de que sus más bajos deseos, y por otro lado inalcanzables dentro de la lógica más elemental, se hicieran realidad. Y, como es desgraciadamente también lógico, estos personajes darían todo, lo que fuera, por lograr sus ansiados y recién descubiertos objetivos.

Así que paso a paso, promesa a promesa, golpe a golpe, los ciegos siguieron adelante agarrados fuertemente de la cintura del Rey que, sin dejar de hablar, seguía prometiendo el bienestar y la paz a cambio de solamente un paso más.

Y después otro.

Y después otro más.

Los ciegos, como tales, siquiera llegaron a notar bajo sus pies los escalones que muy poco empinados a esas alturas escalaba su Rey sin dejar en todo momento de hablar y hablar, prometer y prometer, señalar y señalar, prácticas todas ellas que no dejaba de lado hasta que, finalmente, sus posaderas lograron acariciar el terciopelo rojo que cubre el cojín real.

Su ansiado cojín real.

En ese punto, con todos los ciegos posiblemente muertos de asco y de hambre, y que cual perros apaleados ay solo esperan con una calma infinita, a la par que estúpida, lograr conseguir la caricia deseada que hará brillar todas sus heridas, serían redirigidos por el Rey a la espalda de algún otro, posiblemente el bufón del reino, que mediante bailes ordenados por el nuevo y lustroso Rey, seguirá prometiendo, hablando y señalando.

Esta historia, breves como prometí, no tiene un final, igual que no lo tiene realmente ninguna buena historia, pues el baile del bufón puede llegar a ser infinito, insultantemente eterno, porque la música solo se detendrá en el momento en que los ciegos, al unísono, decidan comenzar a ver y, desde luego, comprender qué ha pasado y dónde está realmente su Rey; ese que les prometió, habló y señaló y que, ahora, ni habla, ni promete pero, no os quepa duda, sigue señalando con tal de continuar con sus posaderas bien acomodadas.

¿Moraleja?, bueno, la verdad es que es muy sencilla de dilucidar: abre la ventana, y abre los ojos…

1 comentario en «El Rey y los ciegos»

  1. Solo ha faltado e flautista amenizando y bailando mientras le siguen las ratas no tanto por la música si no por la posibilidad de que caigan migajas que poder llevarse a la boca …

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