El payaso que se prendió fuego para hacer reír

Hay ciertas personas, pobres infelices a decir verdad, que basan su vida en dar pena día tras día sin que las criticas externas, incluso las de sus allegados, introduzcan algo de cordura en una cabeza dañada por la falta de amor propio y la estupidez más cazurra. Suelen ser personas necesitadas en varios aspectos, como el intelectual o el carnal, y que necesitan en todo momento que alguien les diga que el suicidio no es la solución solo para poder levantarse por la mañana y salir de la cama con algo de energía tras haber descubierto que su desgracia personal no era un simple sueño.

Y encima cuelgan sus miserias en las redes sociales.

Entendedme, no es que me den pena o lástima, ni creo que apartara el coche si me los encontrase tumbados en mitad de la carretera, solo necesitaba escribir esto porque es penoso que personas que podrían tener alguna utilidad en el mundo se presten a un sinsentido tras otro para aparentar que sus vidas no son una miseria digna de las peores de las tragedias griegas.

Y lo sé porque ellos mismos me lo han dicho.

Así que aquí me tenéis, tratando de descifrar qué lleva a alguien que parecía a primera vista un individuo que con orgullo podía decir que consiguió el graduado escolar, a seres faltos de toda lógica social pero que, desde luego, suelen ser más aplaudidos que aquellos que regalan al mundo algo más que enrojecimiento de mejillas. Y tengo dos teorías:

  • En el fondo ya saben que su vida va cuesta abajo y sin frenos, que lo más a lo que van a llegar en sus sueños es hasta donde les lleve el no aceptar que deberían tirar la toalla, así que deciden mentir y fingir que saben de lo que hablan, que más o menos saben pronunciar palabras esdrújulas sin tartamudear, y seguir adelante con la esperanza de que los demás o no noten su deficiencia, o no les duela tanto sentirse utilizados por los demás.
  • Su cerebro no llega a más, pues tras llenarlo tanto de falsedades y tonterías, tras creerse con todas sus fuerzas que la vida es de un color diferente al negro que todo el mundo le señala, apagan el interruptor y siguen las luces del coche cuyas ruedas creen que es su meta, y corren y corren sin tratar de parar un segundo a analizar cuál es la verdad escondida en la película de comedia imbécil en la que creen que es útil etiquetar su vida.

He conocido a muchos, a cantidad, a demasiados, como para saber bien de qué hablo, y entiendo que el mundo cada día sea un poco más gilipollas y mucho menos útil para los que tenemos los ojos abiertos, pues los payasos que prefieren prenderse fuego para hacer reír a respetarse y tener en cuenta su reputación como seres “inteligentes” son, por desgracia, los que mueven el mundo de este modo tan agonizante incluso para su propio bienestar.

¿Pero qué más da si con ello pueden ahorrarse una lágrima, dentro de la cual está parte de esa alma que creen tener?, ¿de veras vale la pena pensar o escribir sobre ellos? Pues si no fuera porque muchos están dirigiendo nuestro mundo, no, la verdad.

No valen ni para estiércol.

Deja un comentario