Ahora mismo en el metro.

¿Alguna vez habéis pensado en lo divertido que sería ir a una cita importante (pongamos, por ejemplo, una entrevista de trabajo, una cena de empresa, una comida familiar) acompañado de dos prostitutas toxicómanas y enfermas de sida y que, en un momento dado y sin que inmutarte ante la conversación, una de ellas empezase a inyectarte heroína y la otra te hiciese una felación en la que las encías hacen más acto de presencia que los labios y los dienstes?
Sinceramente, yo lo he hecho hace un rato; mientras estaba en el metro; mirando a una anciana directamente a los ojos. Y he empezado a reírme a carcajadas.
La locura es algo así como la pimienta y la sal y el curri de la vida, es algo sin lo que seríamos un simple poster en el que un modelo con barba de 4 días mira directamente a cámara con la ropa que le han dado; seriamos algo que no somos en realidad. Decir, hacer, opinar, reírse, llorar, pegarle una patada a algo cuando sentimos que lo necesitamos y hacerlo, es probablemente la cosa más arriesgada y peligrosa que a día de hoy puede hacerse (si tachamos de la lista hacer que tu voto sirva verdaderamente para algo) porque representa salirse de un circulo tan mal pintado como doloroso de pisar.
¿Por qué no gusta que seamos algo que no se espera?
¿Qué ha conseguido que nadie diga lo que piensa y haga lo que quiere sin miedo?
¿Cómo podemos hacer que la piara reaccione y empiece a ser, en lugar de obedecer?
Las miradas y los actos, el amor y las palabras, siempre duelen cuando no hacen lo que nos gustaría, pero si algo me ha enseñado la vida y los golpes que me ha dado sin miramientos es que lo que duele, lo que hace sangrar y deja cicatriz, es el mejor regalo que nos podemos regalar a nosotros mismo, porque simbolizan ese pasado en el que nos salimos de la acera y tratamos de cruzar la carretera sin hacer caso de los coches y las motos que, sobre la línea, siguen su camino sin frenar.
Aun mirando a la anciana, y con la imagen de la aguja de heroína que me inyectaba la yonki número 2 en el brazo todavía en la cabeza, he pensado en qué es eso que nos quita la libertad y nos impide ser en nuestra vida, y llegué a la conclusión que es algo que todos tenemos pero que nunca sabemos tener en su justa medida. La Ambición. Ella nos hace desear llegar a un lugar, a una sensación, a un logro personal, y es tan fuerte la atracción, es tan intenso el deseo, que llegamos a hacer cualquier cosa con tal de alcanzarlo, ya sea pisar al prójimo, mentir, cambiar la realidad, e incluso ser otra persona. La ambición por alcanzar algo no es malo, pues sin ello no seríamos más que piedras que dejan que el mar las lleve y las pula, pero la raza humana es tan simple y se ciega tan rápidamente por las cosas que, antes de que nos podamos dar cuenta, estamos traicionando todo lo que pensamos y hemos hecho en el pasado solo por la felicidad que nos prometen con tal de obedecer ciegamente.

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