Cuando el agua va subiendo

Recuerdo muy bien aquella vez que una profesora de inglés nos contó una historia que, en principio, solo buscaba practicar el idioma a base de frases nuevas, expresiones desconocidas, y pasarnos la patata caliente de unos a otros para así estar más atentos. Ya no quedan profesores como los de antes, que hacían pensar a los alumnos y estos, en respuesta, les respetaba; una lástima. El caso es que nunca he podido quitarme el fragmento con el que nos hizo jugar a todos esa vez, y no porque lo repitiera una y mil veces en casa para mejorar, sino porque hay historias que sin importar cuando te la cuenten, siempre, siempre, va a hacerte mirar a tu alrededor de una manera distinta.

Que es otra cosa que no enseñan los profesores a día de hoy (seguramente por miedo a que les ataquen si alguien se siente “herido” o “debatido”): aprender de nosotros mismo y comprender que, quizá, no tenemos toda la razón de nuestra parte.

La historia iba de una familia que se encontraba en un problema muy serio, pues una tormenta había inundado toda su casa y parte de la ciudad, y no podían hacer mucho más que esperar a ver qué pasaba, confiando en que pronto alguien les ayudaría. Gran parte del texto eran una serie de descripciones de cómo se sentían cara uno de los integrantes de la familia, para así aprender adjetivos y verbos nuevos, pero mientras repetíamos y leíamos palabras y más palabras, había una pregunta que me rondaba en la cabeza y cuya respuesta estaba necesitando recibir a cada segundo que pasaba: ¿se van a salvar? Es decir, ya sé que están jodidos y que el abuelo esta estresado y el niño pequeño llora como una tormenta, ¿pero va a ir alguien a ayudarles?, ¿hay alguna posibilidad de que todos salgan bien parados de todo eso? ¿Y dónde está la policía y los bomberos y todos los demás que deberían salvarlos? ¿O acaso no importaban todas esas dudas?, te estarás preguntando tú ahora, y me temo que la respuesta es NO. Un rotundo e insultante no. Porque al final de la historia solo aprendíamos muchas maneras de describir lo jodida que estaba esa pobre gente, pero el hecho de que les salvaran o pudieran recuperar su casa, o al menos si el abuelo (que estaba empapado, recuerdo bien) iba a morir o no de una pulmonía.

Nada. Ninguna respuesta.

En realidad a nadie le importaba.

La historia, el drama, la niebla que nos impedía pensar en el futuro de esa gente, era  más importante que las posibles soluciones, las causas de que esa ciudad se inundase entera, o de que aquella pobre gente tuviera como única opción esperar, esperar, y esperar. A nadie, ni a los escritores de aquello o al profesor, y mucho menos a mis compañeros de clase, les importaba una mierda si aquella gente iba a sobrevivir y, de hacerlo, cómo iban a irle las cosas.

Porque, me temo, somos una especie que se centra más en el ahora, en lo que pasa y quién hace qué o cuánto está tardando la respuesta, en lugar de intentar comprender de dónde viene todo, hacia dónde nos lleva, y actuar con eso entre las manos actuando en consecuencia. Es como si nos gustase más buscar la salida del laberinto atravesando paredes a lo bruto, en lugar de estudiar la lógica del acertijo y, así, poder comprenderlo y llegar al final de una forma, además de rápida, mucho más correcta y viable. Y aprendiendo de ello.

La familia de la historia seguramente acabó muriendo, o solamente eran una excusa para que la siguiente escena, la importante, tuviera más gancho, así que lo que de verdad debería haberme preguntado es: ¿me habría quedado quieto en esa casa de haber sido el hijo, padre, abuelo de esa familia?, ¿hubiera dejado hacer a los demás, aceptando todo como una estúpida esponja, o debería haber abierto una ventana, ver dónde estaba el agujero de la verja o lo que fuera, y entonces buscar una salida a todo eso?  

Hay muchas maneras de enfrentarse a un problema, de tratar de solucionarlo, pero viendo como sube el agua mientras rezas para que aquellos que dicen que están de camino no se retrasen, o al menos no se les haya olvidado de colocarte en la lista de tareas, creo que es la peor manera de actuar. La peor de todas.

Deja un comentario