MEMMORTIGON

por Manuel Gris

Sus pasos hace mucho rato que perdieron el ritmo y nacen desde la locura más extraña y psicodélica que uno pueda imaginar. Me recuerdan a un gangoso al que maté hace un par de años, uno muy plasta y rematadamente tonto que se pasó una media hora pidiendo por favor que no lo asesinara porque tenía mujer y cinco hijos en casa y al que, al final, acabé arrancando la tráquea por puro placer y con muchas ganas porque siendo tan feo y tan anormal, ¿no se daba cuenta de que estaba jugando con el destino del mundo al dejar suelto un número tal alto de su tarada estirpe? Disfruté viendo cómo se iba apagando poco a poco a mis pies mientras me comía a pequeños bocados parte de esa tráquea que sabía a Malboro.

Nunca me han gustado los fumadores, me dan casi tanto asco como los leucémicos.

La chica no sabe huir de mí de un modo calmado y ordenado, porque una cosa es escapar de alguien, y otra muy distinta hacerlo sin cierta clase, pero incluso con sus imperfecciones creo que va a ser la que finalmente me ayude a escapar. No sé por qué, quizá por el llamativo color del pelo, una especie de violeta púrpura que un daltónico como yo ni puede ni quiere entender, o porque allá por donde ha pasado mientras la seguía, todos los hombres se daban la vuelta para mirarle el culo, así que esta vez tengo que controlarme y no dejarme llevar por los bajos instintos. Tengo que centrarme en el motivo que me mueve verdaderamente a matarla, porque ya van muchas veces que fallo y, de verdad, empiezo a estar muy cansado de tantos tropiezos. No debería ser tan difícil que te maten, sobre todo teniendo en cuenta mi naturaleza, pero parece que alguien se empeña en mantenerme con vida a pesar de que es lo último que quiero. Ya sea por una tormenta veraniega llena de nubes que ocultan el sol justo el día que iba a abrir la ventana de mi casa, o un accidente que le quita protagonismo a mi última masacre y nadie depara en que los cadáveres son de mi autoría, o aquella vez en la que unos terroristas detonaron una bomba justo cuando uno de esos estúpidos e inútiles cazadores de vampiros estaba a punto de clavarme la estaca. Quien le mandaría arrinconarme delante de aquel Hipercor.

Hace ya demasiado rato que la dejo seguir corriendo por pura diversión, aunque la vagancia también está teniendo algo que ver. En cuanto la tuve delante, y justo después de hacerla correr al enseñarle mis colmillos, me percaté de que era más alta que yo y mucho más atlética, lo cual quiere decir que debe pesar unos setenta y cinco buenos kilos de músculo, y para un vampiro de metro sesenta y gordo eso es mucho que levantar y que mover después de haber cenado en un buffet chino, así que me voy metiendo en su cabeza y le mando señales erróneas de ruidos que no existen a su alrededor guiándola, como haría un perro ovejero con el rebaño, hacia el Desigual de Plaza Catalunya, donde la agarraré y la morderé con el máximo de ruido posible. Puede que hasta gruña, aún no lo he decidido. Mi plan es que a esta hora, cerca de las doce de la noche, toda la gente que se pasea por esa zona de camino a cualquier bar de copas pijo de Balmes o una de las discotecas absurdas de Las Ramblas nos vea, grite y, con el boca a boca, llegue mi paradero a alguien que esté especialmente entrenado para matarme, a pesar de que cada vez estoy más seguro de que a ese nuevo grupo de cazadores, que se hacen llamar A.V.E.L. (Asesinos de Vampiros Especialistas en Libertad), debe entrenarlos el mismo que hizo el “estupendo” trabajo con los Stormtroopers en las clases de puntería, porque madre mía. A veces se olvidan de bendecir el agua, otras las balas no tienen ajo dentro o el crucifijo solo son dos palos mal pegados, las linternas solares no tienen pilas… un atajo de anormales, vamos.

Yo lo único que quiero es que me maten, ¡copón!

Llevo mucho tiempo cansado de la eternidad y de toda esta tontería de invadir el mundo y deshacernos de los humanos. He ido a tantas charlas de hermanos vampiros y a conferencias en las que no dejan de decir las mismas tonterías que estoy seguro, o casi, de que si algún día logran siquiera acariciar su objetivo harán lo posible para no conseguirlo porque no sabrían que hacer con todo un planeta para ellos solitos. ¿Y qué es esa tontería de conseguir que seamos libres, si podría decirse que solo el 10% de los humanos creen en nosotros?, ¿crearán granjas de humanos para conseguir sangre fresca cuando acabemos con todos ellos?, fijo, y acabarían inventando Burguer Human o MC.Blood y nos alimentaríamos de putos sucedáneos en lugar de auténtica y genuina sangre. Y otra cosa, joder, ¿quién con todo su poder y sabiduría estipuló que los vampiros no nos pudiéramos suicidar?, es que hay que joderse, porque a la mala suerte que suelo tener hay que añadirle que cuando estamos a punto de morir de hambre aposta o por descuido, y nos desmayamos, el cuerpo, lleno de trucos cabrones, se dedica a llevarnos sonámbulos y a tratar de matar y alimentarnos sin que nos demos cuenta. ¿Y todos los artefactos ocultos que hay colocados por la ciudad para protegernos en caso de que nos pille el sol un poco desprevenidos a causa de la caza?, y no hablo solo de los toldos instantáneos como el que está colocado en la fuente de Canaletas y que al activarse ocupa cerca de cinco metros cuadrados, lo que de verdad me joden son los sensores de suelo, que son un jodido fastidio. ¿Quién inventó los detectores de calor vampiro que, al notar que en horas de sol pisamos la acera, abren unos pasadizos secretos que nos lleva directamente a las cloacas? La de mierda que llegue a tragar la primera vez que me pasó fue de órdago. Qué asco, por dios.

Ella sigue corriendo y mis mensajes siguen entrando en su cabeza. Un grito aquí, una caricia en el muslo por allá. Ahora le pellizcaré el culo… perfecto. Estamos a menos de dos manzanas y la concurrencia es más elevada de lo que esperaba lo cual, por fin, significa un poco suerte. La chica va chocando con la gente mientras pide auxilio y, lo mejor de todo, va llamando la atención empujando e insultando a los que se meten con ella y la llaman borracha entre risas etílicas. Perfecto. Es el momento.

Uso mí velocidad sobrehumana y me quedo esperándola en la puerta de la tienda, que está tan llena de colores y de diseños extraños que no me extraña que la gente vea los precios con tanta alegría; seguro que cuando llegan a la caja ya están todos como drogados de ácido y no les importa que les roben. La veo venir cojeando debido a que ha perdido uno de sus tacones, y cuando pasa por delante de mí la agarro de la cintura y, antes de que pueda decir nada, le clavo los colmillos en el cuello mientras me pongo de puntillas porque no llego del todo bien. Ella grita como puede con la boca llena de sangre, y la catarata de vida que se le escapa por el cuello le mancha el escote y tiñe con grandes lamparones rojo mi camisa blanca, que me puse adrede para así llamar más la atención cuando acabase y me pusiera a caminar con calma por la ciudad. La sangre fluye a tanta velocidad y me cubre con tanto calor que me pongo cachondo de pensar que voy a morir en breve. Madre mía, que ganas tengo.

Su cuerpo empieza a relajarse y su corazón poco a poco va durmiéndose, va desapareciendo a cada trago que doy de una sangre tan dulce y picante que no descarto que tenga un herpes genital; ninguna mujer guapa es perfecta. Finalmente todo su peso se reparte entre mis brazos y, entusiasmado por mi cercana muerte, la dejo caer sin cuidado contra el suelo, donde su cabeza rebota al llegar contra las baldosas haciendo ese ruido tan poco sano como de nuez abriéndose. Después levanto los brazos emulando a un corredor de cien metros lisos que acaba de cruzar la meta y me giro en todas direcciones esperando los gritos de terror y la marabunta de gente huyendo de mí.

Pero nada pasa.

Absolutamente nada.

Las personas siguen caminando, las parejas continúan metiéndose mano, ese mendigo de ahí me saluda como si yo fuera un familiar al que hace años que no ve, pero ni un grito ni llanto ni llamada a la policía ni carreras huyendo de mí.

¡Pero me cago en la puta!, ¿qué le pasa a este mundo?

Decido esperar, quizá todos están borracho o he sido, sin querer, demasiado sigiloso y veloz. Debe ser eso, a veces no controlo mis poderes, cosa que después de casi cuatro siglos siendo un vampiro lo único que hace es demostrar lo extremadamente malo que soy en esta tarea y la necesidad que hay de quitarme de en medio. La verdad es que desde que me convirtieron he sido consciente de mis limitaciones pero, ya se sabe, el amor propio puede con todo, y por mucho que haya mil señales al día que me dicen que soy un mal vampiro y que acabaré muerto antes de lo que me dé cuenta, siempre, siempre, siempre, pasa algo que me pone a salvo. Pero estoy harto, coño, muy harto de una existencia basada en el sufrimiento de los demás y en la constante sensación de que el siguiente será mi último paso, de que debo estar alerta o si no ZAS.

¿Quién puede vivir de esta manera?, y lo más importante: ¿vale la pena?

Empiezo a dar palmas mientras canto Els Segadors con mi mal acento catalán mientras intercalo cosas como soc un malparit de merda o he matat a aquesta noia i he disfrutat, pero quizá sea que no consigo que mis improvisaciones rimen porque sigue sin hacerme caso nadie. Solo una señora se acerca a mí y me da una moneda de dos euros diciéndome que Dios me bendiga y, con una sonrisa parecida a la de un cadáver recién maquillado y listo para el velatorio, me da la espalda y se va a seguir con su vida. Miro la moneda sin estar seguro si ofenderme o agradecerle a esta vieja el haberme abierto las puertas a un nuevo negocio: la Mendicidad Asesina.

Al final decido que a la mierda con todo y dejo el cadáver en la puerta del Desigual. Me dirijo al Burguer King del principio de las Ramblas, porque ahora que han cambiado la receta es la carne más parecida a la humana que venden de cara al público. Quizá sea por las heces que le ponen a la mezcla final. Quién sabe.

 

Sentado en la esquina más remota y cercana del lavabo de la planta baja, que es el lugar perfecto para arrinconar a alguien que se atreve a hacer sus necesidad en este antro si el hambre de verdad aparece de golpe y quieres no llamar la atención, sigo dándole vueltas, mientras me como un Whooper, a que hace demasiado tiempo que mi plan de quitarme la vida no surte efecto, que tengo que aceptarlo: no moriré nunca. Es una idea que me repatea la pelotas porque no me gusta la visión del mundo envejeciendo y muriendo mientras yo me tumbo en una hamaca y me tomo un Daiquiri (que no sé qué lleva, pero supongo que es lo que debe beberse en una situación así), es una imagen que me parece aburrida y que me haría enloquecer más de lo que posiblemente esté ya. Al haber nacido humano y ser convertido, conozco la sensación de temer a la muerte, pero una vez vencida, esto de la existencia infinita al cabo de un par de siglos me pareció algo así como hacerse una paja y llegar al orgasmo sin soltar ni una mísera gota de semen: ¿para qué? Es decir, si no hay muerte al final del camino, si no tiene una conclusión todo este pasillo llamado existencia, ¿qué me motiva a hacer absolutamente nada? Tengo todo el tiempo del mundo para todo lo que me salga de los cojones, así que ni puedo tener prisa ni la sensación de que he perdido la oportunidad de hacerlo. Vale que mi físico me limita mucho en un gran número de aspectos (quién me mandaría no hacerle caso a mi madre y comer más verdura y fruta), pero para el día a día de un vampiro es mucho mejor que ser un hiper-musculado con cara de Mister Universo, porque la gente suele fiarse más de las personas que les recuerdan a su cuñado o a un amigo de la infancia, que del típico creído egocéntrico que les mira por encima del hombro en cuanto tiene la ocasión solo porque se ha pasado más horas sudando delante de una máquina y haciéndose fotos para Instagram. Así que, en ese aspecto, cero quejas. Por los demás, todas las que se me puedan ocurrir.

─Te veo aburrido

Es una voz que, de ser una persona, se parecería mucho a una bailarina de doce años que ensaya agarrada a la barra fija con una enorme sonrisa porque su padre ha ido a verla. Casi me entran ganas de bajar la guardia, pero solo casi. Cuando miro a la mesa de mi izquierda hay un chico de apenas quince años, mirando al frente, sentado en el mismo lado que yo comiéndose unos Nuggets. Su perfil parece cincelado por algún artista de esos del Renacimiento y su pelo lavado por un peluquero homosexual de los que venden champús de veinte euros la gota. Es, simplemente, perfecto.

─Bueno ─decido seguirle la conversación porque noto que su alma está corrompida y llena de maldad. Pobrecillo, convertido en vampiro tan joven ─, la verdad es que he tenido días mejores. Pero no voy a quejarme.

─¿Y eso por qué?

─¿De qué iba a servir?, o sea, mírales; van a la suya y no les importa nada más que ellos mismos y sus intereses. Ninguno de ellos daría nada por los demás.

─Sí, son auténtica basura.

─Yo no diría tanto. Son solamente… eso, humanos. No se puede esperar nada de ellos, pero hoy tenía la esperanza de que podría hacerles reaccionar. Pero nada.

─Te entiendo. Créeme ─su forma de hablar es tranquila y tan suave que casi parece que su aliente este lleno de pequeños culitos de bebé. ─, llevo mucho tiempo en este mundo y llegué a esa conclusión antes de que tu siquiera empezases a trasnochar.

─Pues vaya putada.

─Pues sí. Pero creo que tengo la solución perfecta para ti.

Dejo de masticar, trago, y me lo quedo mirando algo intrigado. El chico parece saber de qué habla y, lo más seguro, conozca más cosas del mundillo que yo, aunque tampoco es tan difícil si tenemos en cuenta que he sido un solitario desde el primer día y que lo más cerca que he estado de alguna de las bibliotecas vampíricas que abarrotan Barcelona (hasta en el Liceo hay una) fue aquel día que me emborraché y uno de los sensores de protección vampírica dio la alarma y una compañía de taxis me recogió y me llevó al Teatro Capitol (donde está la más grande de Catalunya porque así lo quiso Rubianes). Fue extraño despertarse con resaca dentro de un teatro; me sentí como un actor de verdad.

─¿La solución para qué? ─finjo indiferencia ante sus afirmaciones, porque no hay que hacer creer a nadie que tiene algo que te interesa. Así solo consigues que te haga hacer lo que él quiera.

─Para tu problema ─mi cara ha debido ser un poema, porque sigue diciendo ─, lo huelo en tu alma, amigo. Estás agotado y no sabes encontrar la salida. Y puede estar seguro de que mi familia y yo podemos ayudarte en todo lo que necesites.

─Así que me vas a ayudar a morir, ¿no? ─tengo ganas de ponerme a bailar y a cantar, pero finjo que no es así llenándome la boca de una gran cucharada del SandY de caramelo derretido que me he pedido con el menú. ─¿Y eso por qué?

─Porque… ─parece que duda un instante como si no se esperase mí pregunta. Supongo que está buscando las palabras correctas, sean cuales sean. ─ no te ofendas, pero un vampiro que quiere morir, que es débil en definitiva, no es útil en la batalla contra los humanos.

Perfecto. Es uno de esos pesado a favor de la disolución del homo sapiens. De golpe se me quitaron las ganas de seguir hablando.

─Genial. Muy buena idea ─creo que he mantenido a raya mi sarcasmo. Pero solo creo. ─. Gracias por vuestra ayuda. ─aquí ya no.

El chico termina de comer y se limpia la boca con una servilleta. Entonces se gira mostrándome su cara al completo. Tiene un ojo de cada color, lo cual me marea si mantengo la mirada en ellos durante más de seis segundos, y una cicatriz le cruza la cara desde la parte superior de la oreja izquierda hasta el lóbulo de la derecha. Es de por lo menos un par de centímetros de grosor, por lo que debió sufrir un corte casi mortal en su vida humana.

─Mira, gilipollas ─vale, mi camuflador de sarcasmos no funciona como esperaba ─, deja de vacilarme que estoy aquí para ayudarte

─Si tú lo dices.

─Estoy aquí porque queríamos ayudarte, pero estoy un poco hasta la polla de tu falta de respeto por nuestra especie. No sé quién te crees para tratar de ir contra corriente en esto, pero eso ya no me importa. Aquí lo único importante es que no eres de los nuestros y, por lo tanto, no eres importante para la causa. Por suerte eres tan imbécil que quieres morir, y eso es muy fácil de solucionar. Así que te voy a proponer un trato para que todos salgamos ganando, ¿sí?

Dejando de lado que por mucho que yo quiera morir hay una sutil diferencia entre irme porque quiero y que me quiten de en medio por alguna especie de plan político en el cual no encajo, no puedo negar que me atrae la idea de acabar con todo y dejar que estos descerebrados que no tienen ni idea de lo que hablan acaben estrellándose contra sus sueños y esperanzas mientras yo ni lo sufro ni lo padezco. Así que, la verdad, me parece buen negocio.

─¿Y si no me interesase? ─nunca hay que mostrar tu interés por nada, porque esa es la mayor razón por la que al final nos acaban timando con los precios a pagar o los tratos que hacer.

─Lo haremos aunque no te interese, anormal; te vamos a matar. ¡Te voy a matar! ¿Crees que esto es una oferta?, joder, ni de coña. Esto es solo un anuncio y ya está. La rueda de nuestra guerra ya está girando desde hace mucho pero la piedra que la detiene, que eres tú, está empezando a molestar más de lo que esperábamos. Así que votamos que lo mejor sería hacerte al menos el favor de decírtelo a la cara, ya sabes, por respeto a nuestra especie y todo eso, aunque tú no nos lo tengas a nosotros.

¿Así que me van a matar por no pensar como ellos?, vaya, eso sí que es una buena forma de crear un nuevo mundo libre, ¿no?

Termino mi helado y me levanto.

─Pues gracias, supongo.

─Eres un gilipollas, ¿cómo puedes estar en contra de los tuyos? Tendrías que estar a nuestro lado y luchar contra los humanos y su manera de someternos. Su modo de vivir está en contra de nuestra supervivencia y bien estar ─no le digo que en realidad no es así, porque ellos viven de día y nosotros, de noche. Así que me callo ─. Eres una deshonra para los vampiros, eres casi como un humano.

─Todos los fuimos alguna vez y, en realidad, lo somos aunque te joda ─no sé ni de donde he sacado el impulso de decir esto ─, y ahora si me disculpas.

─Maldito amante de los humanos, deshonra para tu raza y fascista ─el hecho de que me insulte en lugar de debatirme me da los puntos necesarios para ganar y, con esa victoria, abandono el restaurante.

Ya de camino a Arco de Triunfo, donde tengo mi apartamento, me doy cuenta de que, según parece, estoy más solo de lo que pensaba. Con los humanos ya no contaba porque, sinceramente, creo que debo tener una mutación vampírica nueva que me convierte en invisible para ellos, pero el saber que los de mi propia clase me la tienen  jurada hace que, irremediablemente, la sensación de vacío y soledad crezca hasta convertirse en una mochila tan cargada de piedras que apenas puedo transportarla dos metros sin ahogarme.

Pero debo seguir, ¿no?

¿Qué más puedo hacer?

 Cuando llego a Nápoles se me erizan todos los pelos del cuerpo al oír un susurro seguido de unos pasos tan suaves que parecen en realidad la fricción de unos patines sobre hielo, y me detengo. La oscuridad de la calle es casi total debido a la poca iluminación y a que el cielo está cubierto de nubes, y puedo oler como me rodean vampiros que no tocan una ducha en por lo menos una semana. Siento sus vacías almas yendo de un lado para otro igual que ellos deben notarme a mí, y cuando me doy cuenta de que en realidad están repitiendo patrones, como si jugasen a futbol americano, es demasiado tarde para esquivar al niño, que corriendo desde detrás de un árbol choca contra mi cadera haciéndome caer al suelo golpeándome por el camino con algo en la cabeza, que hace ruido de ser de metal. Mi mareo crece al tiempo que veo como por lo menos una docena de piernas empiezan a rodearme. Algunos pies están descalzos, otros calzan botas o bambas, pero uno de ellos me llama especial atención debido a la altura de los tacones y a las lentejuelas que brillan como luciérnagas drogadas que buscan donde ponerle fin a su agonía.

─¿Es este? ─la voz de mujer es grave y sucia, seguramente con aliento a demasiado tabaco ingerido.

─Sí, este es el cabrón.

─Esa boca.

─Perdón…

Trato de levantar la cabeza del suelo y, cuando lo consigo, algo hace que todo se vuelva negro y yo, sin más, desaparezco.

 

─No parece tan listo.

─Yo no he dicho que sea listo; he dicho listillo. Y gilipollas.

─¿Qué te he dicho de esa boca?

─Es que es verdad.

La extraña tormenta que puebla mi mente no se disipa del todo ni tratando de concentrarme en la conversación que el chaval del Burguer King, soy bueno reconociendo voces, está teniendo con la mujer adicta a la nicotina.

─Pero no hables así. Y ahora despiértale e iros todos, necesito tener una palabras con este intento de hermano.

─No vas a quedarte sola con él, eso te lo dejo claro ahora mismo.

─A ver… ─se oye un pequeño forcejeo seguidos de unas respiraciones algo forzadas y una pequeña risa, seguramente de la chica. ─creo que todavía no te ha quedado claro quién manda aquí, y si tengo que recordártelo ya te digo que no te va a gustar nada. ¿Estamos, hermanito?

─Gggsí…

Te oye una tos y como una legión de pasos empiezan a alejarse. Una mano me coge del poco pelo que tengo y me sienta apoyado en lo que parece una pared. Trata de despertarme a base de guantazos mientras finjo que sigo inconsciente, hasta que uno de ellos es tan brutal que no me queda otra que contestarle.

─¡Joder!, que ya está, para de darme hostias, ¡niñato!

─¿¡Qué coño has dicho!?

─Vete ¡ya! ─dice la mujer. Entonces la busco en la oscuridad del cuarto o sótano o donde sea que estamos y me encuentro con una niña, de apenas cinco años, con el pelo rojo y rizado vestida con un vestido de princesa Disney de color  sobre esos tacones de lentejuelas que recuerdo haber visto antes en la calle cuando me golpeó el niño por sorpresa. ─, ¿me has oído?

El chaval la mira con un odio tan denso que podría utilizarse para construir un muro de ladrillos y después me clava sus extraños ojos como si quisiera matarme con ellos. Y le mando un beso, por joder.

─¡Vete!

Casi puedo ver cómo le sale humo de las orejas cuando sale del lugar donde estamos y cierra la puerta de un portazo.

No estoy seguro si debería decir algo o no, así que decido esperar hasta que la niña mueva ficha. Pero, para mi sorpresa, ella solamente se sienta en el suelo, imitándome, y se me queda mirando.

 ─Disculpa a mi hermano. Es muy temperamental. Creo que mis padres le zurraron de pequeño porque esperaban lo mejor de él y, bueno, supongo que no le pegaron lo suficiente.

Aunque físicamente es una niña pequeña tras su sonrisa y su mirada se ven atisbos de alguien que ha vivido y sabe mucho, y que tiene mucho poder. Puedo notarlo en su alma; no había conocido a nadie tan poderoso en mi vida.

─Pero siento decirte que no estás aquí para reírnos de él, sino para ponerle fin a esta existencia que has basado, con tus actos, en el insulto y la falta de respeto por tu raza.

─No pretendo molestar a nadie ─se pone de pie supongo, que para mirarme desde un punto más elebado, aunque en realidad no es mucho más alta que yo sentado. ─. La verdad es que me dan igual todas las tonterías que defendéis y lo que queráis hacer con el mundo después de que matéis a todos los humanos, es solo que la vida de vampiro no es lo mío. Es todo.

La niña se pasea con calma de un lado al otro de la habitación, hasta que llega a una esquina donde, por el sonido, presiona un interruptor y comienza a arrastrar algo por el suelo.

Hay un par de destellos demasiado breves para saber lo que estoy viendo y, en el tercero, se muestra ante mí el típico almacén de bar lleno de cajas de cervezas vacías y otras con logotipos de patatas fritas y embutidos varios. Sobre una especie de mesa de plástico hay varios servilleteros con el logo del bar Hijos de Caín, uno de mis locales favoritas de vampiros de la zona de Poble Nou. Tiene narices que vayan a matarme en el almacén de un sitio que me gusta. Pero en fin, la vida está llena de casualidades.

─Toma ─me ofrece la silla que ha arrastrado desde la esquina ─estarás más cómodo aquí sentado.

Acepto el detalle y me siento colocando el respaldo en mi pecho como si fuera un chulo de los años setenta, como protección por si se diera el caso. La niña se aleja y permanece de pie como si fuera un maniquí, con las manos a la altura del vientre y unidas con los dedos cruzados. Me recuerda a la señorita Rottenmeier.

─Veamos, ¿quieres morir, no?

─Sí ─contesto sin pensármelo mucho.

─Porque crees que no vales como vampiro, ¿verdad?

─Sí, y porque me aburre ─uso el mismo tono.

─Bien… ─mira a ambos lados como si buscase una explicación en las paredes que nos rodean.

Los peores momentos que puede regalarte la vida son aquellos en los que nos topamos con opiniones y actos ajenos que no comprendemos o que, directamente, nos parecen completamente antinaturales. En esos casos lo más sencillo sería pasar de largo y dejar a los demás vivir su vida como les haga feliz, pero existen personas que se empeñan en imponer su criterio porque creen que si no se piensa igual que ellos se están haciendo mal las cosas. Y de ahí vienen todos los problemas del mundo, en general. Pienso en esto mientras la niña sigue dándole a los engranajes de su cabeza tratando de decidir qué hacer o decir a continuación. Espero que no note que por dentro me estoy descojonando.

─Mira, esto es lo que vamos a hacer ─da un par de pasos acercándose y se detiene. Después da dos más y vuelve a detenerse, y cuando estoy seguro de que va a recorrer el escaso metro y medio que nos separan, suelta un grito tan agudo que casi parece producido por un gato metido en una licuadora y se abalanza sobre mí como un puto tsunami.

Lo primero que hago es agarrar el respaldo de la silla y la levanto usándola de escudo, haciendo que la niña choque contra él de muy mala manera. Debido al golpe, acaba sentada en el suelo algo desorientada, así que sacando de dentro un valor que no creía tener, decido que una patada en la cabeza va a ser la mejor manera de dejarla completamente fuera de combate, pero al hacerlo me doy cuenta de que ella puede ser una vampiresa, pero el cuerpo sigue teniendo la fragilidad de una niña, y veo que sale volando por los aires y su espalda, que parece hecha de cartulina por el modo en que se mueve, se estrella contra una tubería que recorre la pared hasta atravesar el techo. Como una muñeca de trapo vieja y demasiado usada, el cuerpo de la vampiresa cae a peso contra el suelo y se queda completamente estática. Igual que me quedo yo al pensar en lo que acabo de hacer.

Pero no puedo haberla matado, ¿no? Somos putos vampiros, de un golpe no podemos morir. ¿Verdad?

Aparto de mi cabeza las dudas sobre la supervivencia de la niña y antepongo la mía planeando la mejor manera de salir de aquel lugar. Paso de puntillas al lado de la niña, no consigo ver si respira o no pero me doy cuenta de algo; todas las almas de los niños que noto en el piso de arriba están igual de corrompidas que la de ella. Quizá por eso tienen esa idea tan cerrada y fascista de que si ellos no tienen razón nadie la tiene y debe ser castigado, pero esa es la última de mis preocupaciones. Lo primero es salir de aquí.

Abro la puerta del almacén y me encuentro con un largo, sucio y apestoso pasillo que no tiene nada que envidiar a cualquiera de los que aparecen en las películas de terror, pero lo recorro poco a poco luchando contra mi miedo y la seguridad de que algo va a asustarme, y después a atacarme, en algún momento.

¡Joder!, ¿qué había dicho?

Un grupo de cerca de diez niños comienzan a gritar en cuanto giro a la derecha de camino al único sitio donde parece haber luz; el problema es que esa claridad está detrás de ellos.

¡Son niños, joder! ¡Corre!

Sacando de mi interior todos los trucos de vampiro que creo tener y poniendo al límite mi fuerza, empiezo un esprint que aparta de mi camino a todos los chavales que, de media, no miden ni un metro cincuenta, haciéndome sentir como una bola de bolos pálida y sudorosa a medida que ellos rebotan contra las paredes o salen despedidos por encima de mis hombros cuando me agacho. Estoy tan confiado que me agacho un poco más buscando un mayor impacto, pero me encuentro con algo que me bloquea el paso y hace que frene en seco como un tren de cercanías tras atropellar a un suicida.

─¿A dónde crees que vas? ─me dice el chaval del Burguer King mientras se quita la camiseta y me enseña un raquítico cuerpo lleno de cicatrices del mismo grosor, o peor, que la de la cara.

Me embarga una sensación de miedo que se desvanece en cuanto impacta en mi pecho el primer puñetazo. El dolor es tan insignificante que una de dos, o me he vuelto un super vampiro de la noche a la mañana o este chico es peor vampiro que yo.

─Oye ─le digo sin más corroído por la intriga. ─, ¿qué mierda de vampiro eres tú?

─Uno que va a darte una paliza de muerte, hijo de puta ─el segundo puñetazo no es que duela menos que el anterior, es que siquiera llega a acertar porque me aparto usando mi velocidad y, ya puestos, le agarro del cuello y le levanto. Después le huelo y le levanto el labio superior en busca de colmillos… que no veo.

─¿No sois vampiros?

─¡Sí lo somos!

─De que cojones hablas, chaval, tú no eres un vampiro, ninguno de vosotros lo sois ─¿cómo ha podido pasárseme por alto? Joder, es eso, siempre cometo el mismo error. Me centro solo en el alma antes que en el olor o lo puramente físico para analizar la naturaleza del individuo, olvidándome de que las almas de los humanos, casi siempre, están mucho más corrompidas y jodidas que la de los vampiros. ─. No sé de qué coño va esto ni como disteis conmigo, pero me lo vas a decir o te parto en dos ahora mismo.

─Puto vampiro idiota. Ayer te vi en el Desigual y te seguí después de llamar a toda mi familia de sangre. Eres realmente un cero como vampiro, ¿lo sabías? Se te ve a la legua.

─¿Y cómo sabías que quería morir?

─Porque tú me lo dijiste ─¿es cierto eso? ─, yo quería reclutarte, todo los queríamos, pero cuando me dijiste que querías morir me pareció un insulto para nuestra raza…

─Que no eres un vampiro, hostias. Déjate de tonterías.

─No mereces tener poderes, ¡no mereces nada de lo que tienes!

¿Cuándo se fue la sociedad tan a la mierda que los chavales se meten tanto en las películas y los libros como para creer que son cosas que jamás serán?, al menos a este no se le ha ocurrido operarse/deformarse por completo para parecerse a uno de nosotros, porque eso ya es el colmo de la anormalidad humana.

Lo miro a los ojos y le envío mentalmente un mensaje, uno que meto tan en su subconsciente que estoy seguro que en caso de que se reencarne en alguien aún seguirá ahí mi frase. Es corta, es concisa, y por como abre la boca y pone los ojos en blanco, estoy seguro de que lo he hecho bien, así que lo dejo cuidadosamente sentado en el suelo, apoyado en la pared, y le pongo sobre su torso desnudo la camiseta que se ha quitado hace unos segundos. Puede que vaya a estar en coma el resto de su vida, pero al menos esa eternidad no la pasará resfriado.

 

Encuentro una puerta y, al cruzarla, me doy cuenta de que estoy en el bar, en medio una fiesta de las gordas, donde todos van disfrazados de monstruos clásicos e incluso se mueven y actúan como tales. Hay más monstruos de Frankestein que momias, y aún menos criaturas del pantano y Dráculas, y me digo que, ya puestos, no pierdo nada por disfrutar un poco de la noche.

─¿Me pones un whisky? ─le pregunto a una espalda desnuda medio cubierta de una melena pelirroja.

─¿Con qué? ─me pregunta una bellísima camarera, poniéndome delante de las narices un enorme escote que embellece su perfecto cuello.

─Contigo ─digo en voz baja.

─¿Qué? ─sonríe educadamente. Es buena trabajadora, seguro que la echarían de menos si me la comiera.

Entonces siento un enorme orgullo, quizá sea porque por primera vez en mucho tiempo me noto lleno de una energía tan inmensa que me hace sonreír.

Me siento un auténtico vampiro.

─Solo ─le digo.

Pronto con tu sangre, me digo.

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