Ya sabéis de quién hablo.

Erase una vez una sociedad podrida.
Lo sé, pensaréis en política y en ladrones de guante blanco y en esos hijosdeputa que aprovechan que la gente va borracha para robarla en el metro pero, creedme, hay cosas mucho peores.
Hay cosas podridas que no oléis porque os tienen demasiado hipnotizados, demasiado acostumbrados a sus juegos y no os dais cuenta de que en realidad están sacándoos las entrañas a base de palabras bonitas y de comentarios que, al daros la espalda, niegan para que otro les acepte y les diga lo “guays” que son.
Olvidaros de los que os roban, esos siempre estarán ahí y jamás van a cambiar porque no sabemos votar ni sabemos luchar por ello. Asimiladlo.
Rendiros.
Van a jodernos siempre. Sea quien sea el que suba al poder.
A los que de verdad hay que desenmascarar, y que será tan sencillo como abrir los ojos de una maldita vez y reconocerles como las sanguijuelas que son, es a toda esa gente que se cree con poder de decirnos lo que está bien y mal, lo que debemos leer y oír y ver, y los que nos recomiendan qué nos hace más cultos o menos desgraciados. Hay que hundir en ese pozo de sin razón y de falsedad a todos lo que creen que su ego es lo primero, y que hacen cualquier cosa para creerse algo más allá de la mierda pegajosa y podrida por dentro que todos somos. Que Todos somos.
Todos, recordad.
Hay un boom cultural, amigos, una marea de supuestos eruditos que se alimentan de los sueños de los que de verdad valen, de todos los que día a día se esfuerzan y tratan de darle luz a esta oscuridad que ha empapado a la imaginación y el verdadero talento de petróleo que no serviría ni para que arranque el más viejo de los coches. La escritura, de cualquier tipo, está siendo prostituida por un bien tan absurdo como potente para muchos de ellos: el sentirse aceptados, el creerse algo, el aparentar antes que ser de verdad. Porque nadie sirve para nada, todos somos totalmente reemplazables, pero muchos se han agarrado con tanta fuerza a ese pedestal falso lleno de flores de plástico que, al final, os habéis creído que de verdad se lo merecen. Que de verdad valen algo. Que hasta son ¡artistas! JAJAJAJAJA. Y eso aplaudiéndoles o animándoles en las redes sociales no va a cambiar, no vamos a poder vencer esa hipocresía social que destruye la verdadera cultura y la sustituye por purpurina tantas veces lanzada y recogida del suelo que ya no sabes si es eso o simple tierra coloreada.
Somos seres muy incultos, muy inseguros, y a esa diana atacan, a esa en medio de la necesidad que todos tenemos de creer que estamos delante de algo único para poder decir el día de mañana que nuestra vida ha valido la pena. Cuando nunca será así, y menos si seguís haciendo lo que hacéis.
Muchos actos, muchas charlas, muchas mamadas en forma de alabanzas detrás de las cuales solo hay pena y odio hacia uno mismo por no ser como ese supuesto dios, ¿Y después os queréis reír de las religiones?, ¿vosotros que alabáis cafeterías y librerías y a “poetas” y “escritores” como el mayor de los musulmanes, judíos, cristianos y demás fanáticos? ¿Os atrevéis a criticar a los fachas y a atacar a la casta mientras miráis de reojo al que dice que eso que aplaudís es una soberana chorrada sin sentido, y encima decís que lo hace por envidia?
La verdadera lástima de la humanidad, lo que de verdad debería cortarse de raíz, es esta avalancha de postales con piel que visten, hablan, recitan, escriben, critican y alaban sin pensar por un segundo qué les gusta de verdad. Qué les hace felices o les llena no porque les han metido en la cabeza que tiene que ser así, sino porque de verdad Es así. Porque de verdad ha nacido en su interior.

Hay veces que en el metro me entran ganas de saltar a la vía, pero nunca lo hago porque ver como vuestras vidas mueren tan lentamente, tan apestosamente, y encima sonreís como si fuerais felices, me da el mayor motivo posible para aguantar vivo rodeado de vosotros: ver cómo, algún día que todos sabéis que llegara, os daréis cuenta de lo inútil que han sido vuestras vidas (al fin) y pueda leer en vuestros ojos autenticidad de las ganas que tendréis de estar muertos.

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