Un juicio de chiste

Dejando de lado los verdaderos problemas de nuestro presente (la inflación y la deuda pública subiendo a records históricos igual que el paro juvenil y la pobreza, el enfrentamiento entre vacunados y no vacunados, la falta de principios morales y el liberticidio que representa en pasaporte Covid), en nuestra enorme piel de toro ha ocurrido algo que ha puesto de acuerdo a todo el mundo, y eso, como cualquiera con dos neuronas sabe, no es algo normal.

Y cuando algo no es normal, tiende a apestar por algún lado.

Este pasado lunes 29 de noviembre de 2022, el cómico David Suárez se sentaba en el banquillo de los acusados por 140 letras que escribió en la red social Twitter, donde hacía un chiste desagradable y soez donde mezclaba sexo oral con una chica con Síndrome de Down. La fiscalía pide 1 año y 10 meses de cárcel, más de 3.000 euros de multa y su inhabilitación para ser “gracioso” en redes sociales durante cinco años. Esto, que parece sacado de un gag de los Monty Pitón, es fruto de una tara mental que el planeta entero padece y le obliga a tratar de silenciar a quienes no dicen lo que nos gusta oír, que nos empuja a denunciar, atacar, destruir (en definitiva) a quienes no comulgan con nuestras doctrinas morales o habla con poco respeto sobre temas que nos afectan o tocan de cerca. ¿De dónde nació esta soberana gilipollez?, ¿quién fue el primer genio que dijo “ese se ha metido con el color de piel/religión/profesión de mi cuñado, ¡hay que matarlo porque no me gusta lo que dice!”?, pues, por desgracia, no se sabe con toda seguridad (aunque huele mucho a kebab todo el asunto), pero puedo aseguraros que con la hipocresía vista en redes y televisión, con la poca memoria por parte de quienes ahora se suben al carro de esta noticia para colgarse una medallita, no damos un paso adelante sino tres hacia atrás.

Y es que la libertad de expresión es algo sin una definición clara, y no ayuda en nada a este problema el hecho de que dependiendo del momento, el protagonista sobre el que cae el foco, el tema o el partido político de turno que mande, haya quien no se levante como un resorte o levante la voz al primer segundo. Esto que le ha pasado a David Suárez le pasó antes a Charlie Hebdo com Mahoma, a un ex juez por ser poeta, al cantante Strawberry con Carrero Blanco, a Chapelle con la comunidad trans, a Rober Bodegas con los gitanos o a Arévalo con los mariquitas, y siempre, dependiendo del rédito político y mediático que se pudiera sacar, dependiendo de las medallitas morales de los chinos, hay quien abre la boca y quien calla. Siempre es así, y quien lo niegue esta junto a esta chusma hipócrita comiendo en el mismo corral.

Ver a Buenafuente, que según la leyenda urbana despidió a Suárez porque no le gustaban sus bromas, o a Dani Mateo, que hizo lo mismo cuando estalló esta denuncia del Síndrome de Down, colocándose junto al resto de aprovechados en el carro del puño en alto por la causa es, posiblemente, la muestra más clara de deficiencia moral y poca vergüenza que he visto últimamente a esta gente. Porque las opiniones y valores se demuestran con hechos, con pasos al frente y la cabeza bien alta cuando tienes delante al enemigo, y no huyendo con el rabo entre las piernas para comenzar a gritar e insultar al malo tras acomodarse en la trinchera más alejada del conflicto. Porque es muy fácil decir que este juicio es una estupidez (que lo es), pero después no alces la voz para obligar a que se vacune todo el mundo a la fuerza o mires a otro lado cuando tratan de callar a palos a quienes votan a un partido que no te gusta; no se puede aplaudir la libertad de hablar y hacer un chiste, pero no la de vivir y opinar lo que a uno le parezca bien.

Este episodio digno de una película de Berlanga no sólo ha servido para que entendamos hasta que punto está podrida nuestra sociedad, hasta que punto el progresismo de monja y cura de postguerra ha calado hondo en la cabeza del populacho, sino también para demostrar una vez más que la memoria y la vergüenza se esfuman cuando el cinismo y la estupidez pegan fuerte sobre la mesa.

¿Quién será el siguiente en caer?, pronto lo veremos, pero la verdadera pregunta aquí es: llegado el momento, y diga lo que diga el sujeto, ¿callarás?

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