En primer lugar una aclaración básica: TODOS los premios actuales están vendidos a la agenda globalista y de los lobbies feministas y de inclusión social forzada. Es un hecho, y negarlo es de ser tan simple como para encontrar felicidad en ver recibiendo premios a obras y autores cuyo único mérito es tener unos genitales específicos o ese color de piel, y no una calidad obvia sobre sus adversarios artísticos (la lista es enorme, así que por privado si queréis hablamos de ello).
Pero si hay algo realmente nocivo y que, por desgracia, está siendo muy aplaudido por aquellos que buscan comer caliente usando el noble arte de ponerse de rodillas y tragar, son los premios literarios que sólo aceptan a concurso mujeres o temas LGTBI. Esta práctica, muy abrazada sobre todo en el mundo de la ciencia ficción y el terror (puede que los dos géneros más sencillos de mal escribir), es doblemente repugnante, porque además de la exclusión de la mitad de la población por cuestiones adornadas con chorradas como “antes ellos lo hacían, así que en lugar de madurar les devolvemos la patada”, hacen que ser mujer sea utilizado como una marionetas o un grupo de perritos de concurso separados por razas, dándoles un abrazo fuerte por ser “las mejores escritoras” como si el factor de eliminar de la ecuación a la mitad de la competición fuera algo lógico. Y esto no es como los actores y actrices, o los deportistas (que os veo venir), porque en estos casos depende tu calidad de la complexión física o el sexo genético, mientras que para escribir (bien lo saben todas las haters de Carmen Mola) no importa de que forma se orine o lo que te guste hacer para llegar a un orgasmo, sino simple y llanamente el talento. Y ya el tema LGTBI en estos casos no es que sea aburrido o falto de originalidad (porque ahora mismo con decir que un personaje es gay, sin que eso aporte lo más mínimo a la trama o la psicología del personaje, ya esta bien visto) es peor, porque los clichés y la repeticiones basadas en plagios de temas ya escritos pero, SORPRESA, con la agenda de turno en luces de neón sobre la historia, es insultante tanto para cualquier homosexual como para un amante verdadero de la literatura.
Cualquier libro etiquetado como GANADOR DEL PREMIO MUJERES, o PREMIADO POR SU TEMÁTICA LGTBI huele a la legua a chapucero y mal escrito, cargado de personajes planos o que basan su siguiente paso en “es lo que hay que decir y hacer para que no me cancelen” en lugar de arriesgar y plantear nuevos retos, porque no os engañéis, amiguEs: aquí vosotrEs estáis dentro del sistema, bailando a su alrededor y tragando con sus dogmas, y los disidentes y antisistemas somos quienes sabemos la verdad detrás de todo este asunto y nos oponemos al lavado de cerebro.
La estupidez dentro de la literatura es algo hasta cierto punto útil, por ejemplo porque debido a la cantidad de basura panfletaria que se publica me estoy lanzando a clásicos atemporales que, esos sí, tocan temas reales y con una moraleja muchas veces de verdad feminista o de respeto por el “diferente”, pero también me alegra porque es encantador ver como, año tras año, estas payasadas atraen por los mismos mosquitos sin cerebro que, como si de una de esas luces azules se tratase, quedan enganchados a la mentira dejando de molestarnos a los demás.
Ahora voy a leer un poco más a Graham Greene antes de volver a mi próxima novela, protagonizada por una mujer fuerte más cercana a Sarah Connor que a la pelo rosa vestida de hombre que orgullosa se pone en pie en la portada del próximo “gran éxito”.