La libertad que nos roba sus mentiras

Me he levantado esta mañana con una extraña sensación entre los dedos de los pies y un leve dolor de cabeza, de esos que te clavan agujas en el cogote a cada exhalación que das.

Y no sigo de resaca tras fin de año. Nada de eso.

Quizá sea por nuestra sociedad y su forma de actuar, ya sabéis, esa escalada al peor de los infiernos que se está acostumbrando a recorrer sin rechistar. Y es que la vida que nos han impuesto, mediante prohibiciones o normas estúpidas que nadie del gobierno cumple (pero, por supuesto, los amigos de Maldito Bulo y de Newtral se encargan de lavarles la cara como el mejor de los esclavos entre recogida y recogida de algodón), a muchos les parece algo digno de aplauso; pero a mi personalmente ya empieza a tocarme mucho las pelotas. Y no porque crea que no sirven para nada las mascarillas o el virus no exista, sino porque empieza a ser demasiado obvio que su única utilidad es la de mantenernos enjaulados a la mayoría de nosotros, quietecitos y callados, mientras los más “listos” montan raves privadas que  nadie desaloja (pero como metas a diez amigos en casa y subas algo el volumen de la tele ya verás como te vienen hasta los de Salvados a molestar), o conducen perjudicados a las tres de la mañana con su BMW buscando un árbol en el que inventarse una historia digna del chaval borracho de quince años menos inteligente de clase.

Y todos callados. Y nadie habla. Y poquísimos dicen absolutamente nada.

Porque, como he dicho muchas veces, reconocer un error o que te la han metido usando una vaselina de mala calidad es demasiado para muchos de vosotros, y preferís centraros en la nueva temporada de Cobra Kai (que menuda colección de clichés) o discutir sobre tonterías sin sentido que solo sirven para espesar la cortina de humo que en nada va a ayudaros en conseguir la libertad que necesitamos pero que nadie parece atreverse a luchar por ella.

Es complicado levantarse y alzar la voz, lo sé, porque las respuestas suelen ser insultos y censura sin apoyos de tus allegados, pero muchos preferimos ese “castigo” a lucir orgullosos las rodilleras que os han grapado al cuerpo.

Estáis dormidos, amigos, muy dormidos, y el dolor de cabeza y la sensación de mis pies empieza a quemar demasiado, tanto que al final me tacharéis de lo que no soy solo porque poseo algunas cosas que muchos ni oléis: ganas de saber la verdad, ansias de volver a ser libre, y agotamiento de tantas mentiras y falsedades que me escupen en la cara.

¿Qué nueva tostada os tragaréis mañana?, ¿quién volverá a trataros como imbéciles?, ¿alguna de esas cosas vais a tratarlas como merecen: siendo atacadas?

Pena… mucha pena…

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