Hermano Jeff—Relato de Asesinos

Cuando se sube a la mesa y levanta los brazos todos nos ponemos a aplaudir.

Sale de nosotros sin ninguna razón que podamos explicar, es más un sentimiento, algo que nos sale innato del cuerpo igual que el aire o nuestras deposiciones. Es algo que forma parte de nosotros. Que es nosotros.

Hace gestos para que el silencio vuelva a apoderarse de la sala, y poco a poco la cálida manta de la calma nos rodea igual que una jaula. Y entonces, habla.

─Hermanos ─con solo eso ya ha conseguido que mi vello se erice como aquella primera vez que destripé a un perro ─, sé que han sido veinticinco largos años, que mi ausencia ha hecho que vuestros corazones latieran con menos fuerza y que vuestros actos echasen en falta un guía al que seguir ─todo lo que dice, todo cuanto representa, es admirable ─, así que os prometo algo: a partir de esta noche, ¡seremos inmortales!

Berreamos como una manada de elefantes rabiosos. Los gritos, aplausos, y pies que golpean el suelo, imitando los de nuestras futuras víctimas huyendo, nos explotan dentro del cerebro y hacen que volemos lejos, muy lejos, de esta sala, de este barrio, de esta ciudad y este país, y nos colocan en el lugar que siempre ha sido nuestro hogar: La Familia. Dentro de ella nada puede hacernos daño, nada de este asqueroso mundo nos hiere ni aparta, y todos ellos pasan a ser unos esclavos que podemos matar siempre que sea la voluntad del Hermano Jeff; el que ha visto la oscuridad y escapó de ella, el que lleva veinticinco años preso por unos crímenes que cometió toda la Familia pero que, en su infinita bondad, decidió cargar con toda la culpa.

Ahora ya es libre y vuelve a estar con nosotros.

Ahora, al fin, ha comenzado a construirse el nuevo mundo.

 

  • ·····

 

Como siempre pasa después de las reuniones de cada viernes, en las que repasamos objetivos e intercambiamos fantasías y anécdotas, me quedo pensativa y sola en una esquina, mirando por la ventana y tratando que mi corazón vuelva a la normalidad que la orgía ha borrado del mapa. Hoy ha sido especialmente importante, ya que el Hermano Jeff nos miraba a todos desde su silla; impasible y estático como una estatua de hielo, y con la misma temperatura en sus ojos. No sé qué harían los demás, pero cada pocos minutos no podía evitar girarme, o sacarme lo que tuviera en la boca, para mirarle ruborizada, y él, de nuevo, ni un sentimiento. Nada. Inhumano, como son todos los dioses.

Hoy veo en las nubes, que me impiden disfrutar de las estrellas, tantas formas distintas y entrelazadas que no puedo evitar recordar a mis padres, esos hijos de puta que no me aportaron nada más que amor y bienestar. Con sus buenos actos estuvieron a punto de destruir lo que en realidad soy y me hace sentir a gusto en La Familia, por eso aquella nube parece la cabeza de mi madre después de cortársela con el cuchillo del pan, y esa otra es idéntica a las tripas de mi padre, antes de que las metiera en el triturador de basura con él todavía vivo y pidiéndome, por favor, que parara o, al menos, una explicación a todo ese odio que explotó en su cara tras tantos años de aburrida normalidad familiar. En su momento no le dije nada, solamente apreté con más fuerza el botón que activaba las cuchillas y observé como poco a poco su interior salían de su cuerpo como serpientes cubiertas de gelatina sabor a frambuesa. Ahora que, de algún modo, vuelvo a tenerle delante le confieso que no sé el motivo exacto, nunca lo he sabido, solo siento que estoy en este mundo para matar porque es lo único que hace que quiera seguir viviendo. Esa es la verdadera razón por la que me levanto cada mañana para ir a trabajar.

Así que, papá y mamá: que os jodan.

Y os odio.

─Hermana T ─ninguno de nosotros tenemos nombre. Me pusieron T por Tapón, debido a que soy casi la más bajita de La Familia y, con mis espaldas anchas y mis enormes pechos, les recuerdo a ese objeto. Me parece bien, nunca me ha molestado, porque todos somos la misma basura dentro del mundo, todos somos escoria que solo sirve para destruir lo que no vale para nada. Así que me giro y el hermano P, por Payaso porque de eso mismo trabaja, como payaso en fiestas infantiles, se está acercando a mí con su pendular pene de 20 centímetros listo para seguir con la tradición.

─Dime, P.

─Otra vez recordando el pasado, ¿verdad? ─P es de los pocos que conocen mi historia y lo que reposa en mis entrañas. Es el más hermano de todos mis hermanos en La Familia.

─Sí, ya sabes que no puedo evitarlo. Es superior a mí.

─No pasa nada; la libertad individual es más importante que el bienestar común ─del libro Nuestra Familia Libre, del Hermano Jeff.

─Y las fantasías personales más importantes que las vidas ajenas ─le imito, al citar algo de la misma página, con una sonrisa sincera

─Bien dicho. ─y se sienta a mi lado ─. ¿Crees que ahora todo será diferente? ─en algún momento teníamos que tener esta charla. Los dos lo sabíamos ─. Todos estamos ilusionados con su vuelta, sobre todo porque al fin estamos completos, ¿pero crees que va a ser un problema para todo lo que hemos hecho hasta ahora? ─él, al igual que yo, no conocemos La Familia antes de su encarcelamiento. Todavía no habíamos nacido. Pero mentir a un hermano es casi peor que arrebatarle la vida.

─Esperemos que no, porque si no ya sabes lo que puede pasar…

─Sí ─y me pasa un brazo por encima de los hombros. Cariñoso, familiar. Mi hermano.

Vuelvo a dirigir mi cabeza hacia la ventana mientras empiezo a masturbar a P, que no deja escapar ningún sonido de placer. Me acompaña en el silencio que llega hasta más allá de los límites de nuestra ciudad, esa que nos ha visto nacer y a la que veremos morir.

Eyacula y me da un beso en la frente.

─Buenas noches, T.

─Buenas noches ─me relamo la mano y sonrío, porque de todos los sabores que he probado en la familia el de P es el único que podría reconocer con los ojos cerrados ─, hermano.

 

  • ·····

 

─¿Por… qué… haces… esto? ─me pregunta tosiendo mientras lucha contra su propia sangre, que trata de ahogarlo, y me convenzo mentalmente que matar a este indeseable no ha sido tan mala idea como me había parecido en un primer momento. Llegué incluso a pensar que el Hermano Jeff nos estaba fallando antes incluso de comenzar la revolución al encomendarnos esta misión, pero después de esta pregunta, estúpida a todas luces, y sentir como me sube y me baja por la garganta una sensación de placer como hace mucho no sentía, me retracto y acerco mi boca al oído del pobre animalito que va a morir siendo mi cara la última imagen que va a ver.

─Porque me gusta ─y le hundo del todo el cuchillo en el pecho, en medio de uno de los pulmones, mientras P, K y V le agarran de los brazos y la cabeza; las piernas son cosa mía, y las tengo bien agarradas igual que su escuálida erección que, si no me equivoco, ha eyaculado dentro de mí en cuanto le he apuñalado.

Sus últimos espasmos son tan intensos e íntimos que yo también llego al orgasmo por el roce de su pene en mi clítoris. Exhalo con fuerza.

─No jodas que te has corrido, hermana ─K, que solo lleva en La Familia un par de meses pero que han sido suficientes para que no la soportemos nadie, siempre es perfecta a la hora de estropear un momento mágico.

─Cállate ─le ordena P, el líder de nuestro grupo y jefe de la misión ─, y deja que termine con su parte del trabajo.

─Es una mierda que solo hayamos tenido que acabar con esos cualquieras. ¿Por qué ella siempre tiene las mejores víctimas? ─K sigue fastidiándome el momento, así que dejo a mi juguete con sus últimos tragos de aire y me vuelvo a erguir, sentándome en los cada vez más fríos muslos de mi eterno esclavo, y la miro directamente a los ojos.

─Dime quién eres ─le ordeno saltándome la escala de mando al ignorar a P, al que no le importa en absoluto.

─¿Yo? ─es tan estúpida como impertinente; durará poco en nuestro equipo.

─Sí ─estiro mi mano ensangrentada y agarro el cuello de su camiseta. Después tiro de ella y me la coloco nariz con nariz, manchándosela también. ─, tú. Dime quién eres.

Traga saliva debido a la sorpresa de mi acto y temblando, demostrando que no está en el lugar adecuado, me contesta con su nombre real, edad, donde trabajaba antes, e incluso la dirección postal de sus padres. Todos nos quedamos callados, sabedores de hasta qué punto la ha cagado al contestarme así.

─Bien ─le digo para calmarla ─, muy bien K; eso es lo que quería oír. ─y ella sonríe, igual que P y V.

Decido soltarla y, sin dejar de mirarla, agarro el cuchillo que asoma del ya cadáver en proceso de putrefacción y tiro de él. Como una fuente en las últimas, un pequeño chorro de sangre sale impulsado del agujero por el poco aire que todavía vive en los pulmones, salpicando su peludo pecho. V empieza a lamérselo, llenándose la boca de vida y pelos negros y rizados, que mastica y traga como el manjar que siempre ha sido para ella. K pone cara de asco y P y yo nos miramos, leyendo en los ojos del otro las ganas que tenemos del próximo viernes.

Cuando estamos completamente seguros de que está muerto, le cortamos un mechón de pelo y lo guardamos junto al resto que hemos acumulado esta noche. La bolsa está más llena que de costumbre, seguramente debido a que al Hermano Jeff le ha parecido una buena idea comenzar su nuevo mandato con multitudinarias matanzas. Ha habido varias en hospitales psiquiátricos y en geriátricos, un grupo de hermanos destinado plenamente a ir de paritorio en paritorio exterminando recién nacidos, y por lo menos diez distintos distribuidos en casas de orden aleatorio, en las que han entrado, masacrado a la familia, y huido. Por eso, en mi opinión, un pequeño grupo de modelos y modistos, nuestra misión, no ha sido algo digno de destruir, ni siquiera cuando el anfitrión, este que me ha regalado un orgasmo y a V la cena, es de la élite y ha salido en la tele presentando y liderando pequeños programas basura seguidos por todo el mundo, porque La Familia lo que ha buscado siempre ha sido limpiar el mundo de verdaderos indeseables, de las mentiras más burdas, y ninguno de nosotros ha seguido el razonamiento del Hermano Jeff para esta misión. P piensa igual que yo, V también, pero K, mientras salimos de la casa caminando entre cadáveres destripados o con los cráneos partidos en dos por la katana que siempre lleva consigo P, está golpeando con tal desprecio a los cuerpos, y chuta con tanta rabia los charcos de sangre, que nos queda finalmente claro que, a diferencia de nosotros, ella solamente es una asesina sin ideales, sin motivos, y que disfruta de matar por la peor de las razones: porque sí.

Es una vergüenza para todos nosotros.

─Conduzco yo ─anuncia con una alegría demasiado próxima a los anuncios.

Todos asentimos y me siento a su lado delante, cosa que no le gusta pero que acata sin decir nada.

El camino de vuelta posee una tranquilidad tan pura como la seguridad de que nadie va a descubrir qué hemos hecho hasta pasados unos días, y eso unido a que ninguno de los cuatro estamos fichados, ni tenemos historiales médicos, ni la seguridad social en regla (las nuevas tecnologías pueden romperse con mucha facilidad si tienes a alguien como O en La Familia), nos proporciona una paz similar a la que estamos abandonando a nuestras espaldas. E igual de sabrosa. Pero incluso en este estado mi cabeza no deja de darle vueltas a lo despreciable que ha sido K en todo momento, contestándonos, molestándonos y comportándose como una egoísta a la hora de repartirse los objetivos, y eso no va a quedar sin un castigo. No señor. Porque lo que hagamos cada uno en nuestro día a día, en nuestra vida ajena al Hermano Jeff y sus enseñanzas, es asunto nuestro, pero cuando una misión se te es asignada nos debemos al juramento y hay que dejar de lado lo que nos arde dentro para tener mano firme y cumplir sin más; y, si puede ser, disfrutar. Pero eso es algo que K sigue sin entender o, directamente, cree que no va con ella.

─Hermana ─me dice tratando de romper un hielo monumental como un iceberg e igual de duro ─, espero que no sigas enfadada conmigo. Es solo que me gustaría ascender, ya sabes, hacer cosas mucho más divertidas de las que me están tocando últimamente.

─K ─me niego a volver a llamarla hermana. Eso se acabó ─, todos hemos empezado como tú, el único problema es que hemos sabido aceptarlo y comprender por qué seguimos aquí, qué nos impulsa a cumplir las misiones…

─Pues matar, ¿no? ─me interrumpe subrayando lo que pensamos todos sobre ella.

Miro por el retrovisor y P asiente levemente seguido por V, que además sonríe, y entonces le contesto.

─Claro ─señalo hacia la última estación de servicio que hay antes de entrar en la ciudad. Ella gira el volante. ─, por eso estamos todos en La Familia. ─y le regalo una sonrisa que es imposible que lea de un modo diferente a: Eres mi amiga y no te voy a hacer nada. ─. Párate ahí.

─¿Alguien quiere algo? ─nos pregunta K en cuanto aparca antes de bajarse del coche ─, es que voy a pillarme también algo para cenar, que tengo un hambre de la hostia.

Todos contestamos que no, y le digo que le pida al empleado 66 litros de Repsol-6.

─Que gasolina tan rara usa este coche de mierda ─se ríe a carcajadas mientras los demás solo sonreímos ─, a ver si la familia esta empieza a gastar el dinero que robamos en mejorar este tipo de chorradas.

La vemos entrar y hablar con el empleado, que se gira en nuestra dirección y asiente con la cabeza momentos antes de presionar el botón de apagado de las cámaras de seguridad y sacar una pistola de debajo del mostrador, con la que le vuela la cabeza  a K antes de que pueda darse cuenta de nada.

─G es un gran tipo ─dice V mirando por la ventana, distraída, aburrida en parte por la situación. Estoy con ella, esta noche ha sido, en el fondo, una rutina bastante insoportable.

─Sí ─le contesto ─aunque me cae mejor R, el de la gasolinera que está cerca del centro comercial ─me coloco en el asiento del conductor y giro el volante.

Volvemos a la carretera al tiempo que veo como G apaga todas las luces de la gasolinera, y como su sombra arrastra el cuerpo de K a la trastienda, donde la desmembrará, meterá en bolsas, y enterrará junto con el resto de sacrificios en algún punto del bosque que separa la ciudad de la zona residencial que hemos dejado atrás.

─Pues a mí me cae mejor G ─es lo que dice P y, tras él, compartimos el silencio hasta llegar a casa.

 

  • ·····

 

─Hermanos ─miro a mi alrededor y me da la impresión de que hay más gente que el pasado viernes, pero debe ser porque estoy casi en primera fila y, en comparación, siento que tengo más gente detrás. ─, esta última semana ha sido increíble en todos los aspectos, y os aplaudo por ello.

El suelo y las paredes tiemblan al chocar contra ellas la energía que dejan escapar nuestros más bajos instintos, los mismos que el Hermano Jeff hace crecer día tras día desde que está entre nosotros.

─Pero ─levanta una mano para detener nuestro júbilo ─, pero ─la segunda vez lo consigue y todos los ojos se clavan en su carismática figura. ─, esto ya sabéis que no ha hecho más que empezar ─silencio total, sepulcral. Ancestral. ─porque cada una de vuestras misiones en los últimos años han tenido una dedicación sin igual, pero ahora es cuando de verdad empieza el final del mundo tal y como lo conocemos. ─continua el silencio. Casi parece que a todos se nos ha olvidado respirar ─. ¡Ahora comienza nuestro mundo!

Estoy casi convencida de que si seguimos aplaudiendo con tanta energía y todos al unísono la estructura del edificio se vendrá abajo, pero no puedo dejar de aplaudir, incluso algo preocupada por adonde nos va a llevar este discurso, y con la idea cada vez más palpable de que La Familia ha crecido inexplicablemente.

Se oyen vítores como Hermano Jeff y otros más trabajados como El mundo es nuestro, al fin, y nuestro líder se deja alabar mientras levanta los brazos en forma de cruz, como para darnos un abrazo en grupo pero manteniendo su expresión facial completamente seria. Concentrado. Es un dios, sin duda.

─¿No crees que hay mucha gente aquí? ─me susurra P, y yo asiento.

─Y ahora ─esta vez el silencio llega antes cuando nos vuelve a pedir silencio. ─es hora de que conozcáis a los nuevos miembros de nuestra Familia.

Aquello hace, como es lógico, que algunos comentarios pasen de un hermano al otro mientras un gran número de personas van recorriendo nuestros costados hasta llegar a la espalda del Hermano Jeff, que sigue con sus gestos en busca de calma.

─Nunca en toda mi vida he dudado de vosotros, pues si lo hubiera hecho jamás me habría sacrificado por vuestro bienestar, pero ─empiezo a morirme de ganas de apuñalar esa palabra. ─estos nuevos hermanos son puros, igual que vosotros, y con su ayuda podremos llegar mucho más arriba, mucho más alto y, entonces, poder destruir este sistema y las personas que lo han creado de un solo golpe, haciéndonos a todos libres de poder ser quienes realmente somos.

Algunos de los nuevos hermanos tienen cara de matones, otros de cerebritos engreídos, pero lo que los une, y que de algún modo me molesta, es que su mirada esta igual de convencida que la nuestra. Reconozco el gesto que tienen todos ellos con el mismo que veo cada mañana delante del espejo y, quizá por eso, no puedo desconfiar de ellos. No puedo. Y me relajo.

─¿Te dan buena espina? ─P sigue desconfiando, seguramente porque no les ha mirado a los ojos como he hecho yo. Le contesto asintiendo con seguridad. ─Vale. ─y vuelve a su sitio.

─Y mañana ─coloca sus manos en los hombros de los nuestros nuevos hermanos que tiene más cerca. ─, mañana nada volverá a ser igual.

Puedo notar como parte del techo, pequeñas piedras y grandes motas de polvo, caen encima de nosotros, avisándonos del inminente desastre, pero no puedo dejar de aplaudir porque en lo más hondo de mi corazón sé que tiene razón y que mañana, con la ayuda de estos completos desconocidos para nosotros pero en los que él confía, daremos el golpe final para poder lograr un mundo limpio de gente tóxica y presumiblemente buena, y al fin los verdaderos merecedores de la Tierra subiremos a nuestros tronos.

Igual que un lobo camina sobre una montaña de ovejas a las que acaba de matar, nosotros caminaremos mañana.

 

  • ·····

 

La sangre salpica mi cara con tanta fuerza que tengo que cerrar los parpados para que no entre y me provoque una infección; aunque a estas alturas, ¿qué más daría?, además, me impedirá mirarle a los ojos y sentir lo que está brillando en su interior, y que no tiene nada que ver con el corazón, nada de eso, lo que reluce es a lo que algunos llaman confianza y otros catalogan como amor. Es eso que en La Familia es el motivo por el que nos llamábamos hermanos.

Entre salpicadura y salpicadura puedo pensar, puedo recordar, y llegados a este punto creo que es lo mejor que puedo hacer porque, de este modo, quizá me sea más fácil de comprender todo y poder mirarme a los ojos cuando llegue al infierno. Cuando cada cosa, al fin, esté en su sitio.

No usaré la trillada frase de Erase una vez, ni nada por el estilo, porque hay momentos en la vida en los que no sabes cómo llegaste ahí, no recuerdas nada anterior, igual que cuando sueñas; te ves ahí, en medio de la escena, sin saber quién te puso ahí, pero seguro de que tienes que seguir adelante porque sabes que es lo que deseas hacer.

─¿Estás bien? ─P siempre a mi lado.

─¿Eh? ─no estaba por la labor de escucharle. La sola idea de lo que estábamos a punto de hacer hacía que mi tranquilidad se suicidase y mis ganas de comenzar crecieran hasta reventarme el pecho.

Unos veinte miembros de La Familia teníamos delante las puertas de un hotel, y los de recepción y seguridad esperaban nuestro primer paso para ponerse a nuestro lado. El Hermano Jeff lo había planificado, nos confesó, durante años, mandando cartas y atrayendo simpatizantes para que todo estuviera lo más controlado posible, así que lo único que teníamos que hacer era esperar hasta las doce de la noche, hora a la que todos estarían dormidos y ansiosos de levantarse al día siguiente, y entonces entrar. Se notaba que no había ni uno de nosotros que no esperase con ansias que llegara la hora; nuestras manos temblaban de emoción y, junto a ellas, todas las diferentes y extrañas armas que cada uno había escogido con total libertad.

Solo quedaban cinco minutos, y la gente ya empezaba a impacientarse.

─¿Cuánto queda?

─Joder… que ganas tengo que pillar al primero.

─Ya verás cómo recojo más mechones que nadie.

─Ni de coña, yo voy a ganar.

Me habían hecho jefa de misión, supuse que por mi entrega a La Familia, y la alegría no me cabía en el pecho. Tantos años soportando las miradas de desconfianza y miedo, de odio e indiferencia por parte de los que no comprendían mi afición por destripar animales para saber que tenían en su interior, y beberme su sangre. Eso sin contar con la vez que mi madre me encontró masturbándome con la mano izquierda mientras la derecha se bañaba en las vísceras de nuestro perro. Aquello la hizo enloquecer, tanto que me pegó encontrando como respuesta la amenaza que, años después, se haría realidad.

Pero eso era el pasado, y quedaban segundos para que fueran las doce de la noche.

─Hermanos ─dije ─, esta noche va a ser histórica, así que solo voy a deciros una cosa: ─de lejos comenzaron a sonar unas campanas, anunciando que la matanza podía empezar. ─: divertíos.

Uno de los porteros salió de un ascensor, se acercó, abrió la puerta y, en fila india y sin hacer ruido, comenzamos a entrar y repartí las plantas del hotel. P, V y un par más nos quedamos con las plantas donde dormían los más importantes, y el resto subieron en silencio pero visiblemente emocionados.

El eco de las risas nerviosas por las escaleras era la mejor banda sonora que nunca hubiese podido imaginar.

Cuando me encontré delante de la puerta de la primera habitación de nuestra planta, todos mis hermanos y lo que estuvieran haciendo no me importó porque lo único que tenía en mente era la sangre que iba a derramar y los gritos de terror. Eso humedeció mi entrepierna.

─Tú primera ─dijo V.

─Con calma ─contesté.

Usamos la tarjeta que el portero nos había entregado y, una vez dentro, el olor a limpieza y paz casi me hizo estornudar; una alergia comprensible. Entonces, sin que la figura que estaba en la cama se diera cuenta, nos colocamos tres en un lado y dos en el otro y levantamos nuestras armas.

─Uno ─dijeron en silencio mis labios ─, dos…

La lluvia de cuchillos, hachas, bates y una llave inglesa reventaron al instante la cabeza y el interior de aquel joven emprendedor, seguramente con un sueño por cumplir en la vida, pero que debido a que representaba lo peor del ser humano, ese creerse mejor que los demás solo por su estatus económico y por trabajar en una gran empresa del sector… que fuese, debía desaparecer, extinguirse, dejar de llenar el mundo de falsos sueños de poder y demasiadas inseguridades que llevaban al ser humano a creer que solo con poder adquisitivo puede llegarse a algo en la vida.

Cuando sentimos que no era más que un bulto brillante e inerte, oímos un pequeño ruido a nuestras espaldas y, al girarnos, descubrimos una cuna custodiada por una mujer que debía estar en el lavabo cuando entramos. No habíamos pensado en eso pero, llegados a ese punto, los demás se dejaron llevar por el odio y cargaron contra ella mientras yo me acercaba al bebé, lo cogía por los sobacos y me lo colocaba delante de la cara. No debía tener ni dos meses, y por su falta de llanto estaba claro que iba a ser un futuro humano confiado y débil, incapaz de luchar y llegar a tener algo por sus propios medio; igual que sus padres. Me sonrió, confiado, y le contesté con la misma manera.

─No lo siento en absoluto ─le dije suavemente al oído antes de dejarlo caer al suelo y comenzar a pisarle la cabeza hasta convertirla en un charco que se mimetizo rápidamente con la alfombra.

Mientras disfrutábamos de los alejados gemidos que nos llegaban de todos los rincones del edificio, fuimos acabando con todos los cerdos dormidos de nuestra planta, y la suerte estuvo de nuestro lado porque ninguno más había viajado acompañado. Algunos acabaron decapitados, otros partidos en dos, a uno le golpeé con tanta fuerza en el pecho que sus costillas le salieron por la espalda, pero aquel bebé fue mi mejor presa, el mechón de toda la bolsa que más ganas tenía de mostrar a los demás y enorgullecerme, pero antes de eso llegó el momento que me colocó donde estoy ahora, y que fue tan estúpido por mi parte no verlo venir y, al tiempo, tan lógico, que me avergüenzo de haberme sorprendido.

─T ─le dijo P a mi espalda mientras esperábamos en el vestíbulo a que bajaran los demás ─, nos han ordenado que esta vez… tenías que ser tú la elegida.

Tras la sorpresa me sentí halagada, porque los que acabamos siendo culpados por la sociedad para proteger a La Familia tienen la mejor misión de todas: servir, incluso muertos, a sus hermanos. Así que me giré y le miré directamente a los ojos, sin nada que decirle y sin miedo al cuchillo con el que acercaba a mí, y segura de que mi sacrificio iba a mantener a salvo y con vida a todos los que quieren que el mundo sea un lugar mejor.

La primera puñalada fue la que menos dolió, en cambio las del portero del hotel que escogieron para matarme, y que me dejó que le rajara con mi cuchillo el brazo para que pareciera que yo había luchado por mi vida, me llegaron de verdad al alma mientras miraba fijamente a mis hermanos. Todos unidos, impasible, algunos llorando de emoción y envidia, y sin quitarme los ojos de encima, son ahora testigos de mi sacrificio, parecido al que hizo el Hermano Jeff y con el que nos honró en su día.

El mismo por el que seré también recordada para la eternidad.

El portero me sigue apuñalando, cada vez con más fuerza, para que a ojos del psicólogo y la policía que lo estudiarán y detendrán, y que forman parte de La Familia como siempre que llevamos a cabo una misión de tanta envergadura, puedan demostrar que estaba muy nervioso en ese momento, tanto que no supo controlarse cuando se encontró tratando de escapar a la única culpable de la muerte de cerca de 160 personas, y la apuñaló todas las veces que le dejaron sus músculos.

Y yo, cada vez que nuestras miradas se cruzan, solo puedo en decirle una cosa: gracias, Hermano. Y seguid por mí.

 

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