Hay tantas formas de afrontar la escritura como personas, eso está claro. Nadie tiene la verdad absoluta ni la técnica perfecta para poder soltar al mundo lo que los escritores llevamos dentro, y el que diga lo contrario es un mentiroso de los buenos. Igual que no hay un modo correcto de escribir ni de explicar una historia, tampoco lo hay de llevar a un personaje ni de qué es correcto que digan o no, porque si empezamos a poner reglas dentro de nuestra propia creatividad es cuando, sin remedio, acabamos dándole vida a algo incompleto y que no tiene al final nada que ver con nosotros ni con el mensaje que queríamos transmitir; en caso de que haya alguno.
Por eso lo que voy a tratar de explicar a continuación es solamente mi forma de trabajar y afrontar la “temida” página en blanco. Nada más.
No pretendo que vaya a misa nada de lo que propondré o animaré a hacer, pero si puedo ayudar aunque sea levemente a alguien que se está peleando casi la totalidad de su tiempo con el arte de escribir, me puedo pegar con un canto en los dientes e irme a dormir tranquilo. O irme a dormir, sin más.
¿Empezamos?
ESCRITURA KAMIKAZE
No sé si alguien más ha llamado así a su forma de escribir, pero llevo años con esta idea en la cabeza: igual que nuestras vidas, las que creamos en el papel no deberían tener ninguna regla básica, todo depende del momento en que hacemos algo inesperado o nos dejamos llevar por la ira, la lujuria, el entorno o, sin más, del simple hastío. Tratar de tener un guion escrito de antemano a la hora de afrontar una nueva historia, del formato que sea (relato, novela, poesía, etc) lo considero igual que tratar de correr una maratón con un abrigo puesto: sabes que al principio te va a ayudar, sobre todo si empiezas a correr a primera hora de la mañana en febrero, pero al rato no va a ser un engorro que te impedirá hacer lo que quieras en todo momento.
La escritura es algo que nos da libertad, y por el mismo motivo deberíamos dársela a ella para llevarnos a donde le saliera de los huevos. Es bueno, por ejemplo, tener un final claro o un punto al que llegar para terminar la historia, o tener en mente una escena de no retorno en la que el protagonista sea incapaz de escapar a la primera página del libro, pero aparte de eso, o alguna cosa que tengamos en mente y que nos muramos de ganas de darle vida, lo demás debería tener la anarquía suficiente como para sorprendernos incluso a nosotros, porque si logras que algo que escribes tú mismo te deje con el culo roto, ¿te imaginas lo que sentirá alguien que no está en tu cabeza?
Todas y cada una de las historias que he escrito, o de artículos o reseñas que he publicado, se basaban solamente en una idea general que comencé a dejarla rodar por el precipicio del papel, y de momento no me está yendo del todo mal. Y lo hago no porque no tenga las cosas claras o no sepa hacia dónde ir, sino porque soy de los que creen firmemente en que la improvisación a la hora de decir lo que se quiere en el momento en que se piensa le da mucha más sinceridad y cercanía a un texto, hace que el lector sienta que estás hablando con él y no solamente soltándole un rollo interminable sobre lo que opinas o crees que mueve el mundo. Es una forma de hacer que alguien que no te tiene delante acabe diciendo en voz alta cosas como Pero será cabrón, u obligándole a levantarse de la silla y buscar por su casa o en las redes alguien con quien comentar algo del libro. Darle a alguien la necesidad de compartir lo que has escrito, de querer darte la razón o insultarte o decirle a alguien que lo que ha leído es esto o aquello, es posiblemente lo que más orgullo nos da a los que nos dedicamos, en mi caso modestamente, al noble arte de escribir historias.
Un genio dijo una vez que la escritura es un Dios, alguien a quién hay que venerar y amar sobre todas las cosas, y del mismo modo no debemos acostumbrarnos a sus mieles porque, si así lo hacemos, estaremos muertos como escritores. Estoy al 100% de acuerdo con él. Acostumbrarse a escribir de un modo, seguramente porque nos da lectores, fama, y el siempre importante dinero, es algo que puedo respetar (cada uno hace con su vida lo que quiere), pero no puedo evitar pensar que está desaprovechando un millón de historias y formas de darle vida a algo, de arriesgar y jugar con estas hermosas letras. Por eso el tomar apuntes, pensar mucho en una historia, o simplemente saber en cada segundo lo que vamos a decir o hacer o dónde vamos a poner una coma, para mí es poco menos que atarnos las manos a la espalda y pedirle a alguien que nos secuestre. Soy de esas personas que se obsesiona con sus historias, que se pasa meses con el personaje y sus desgracias en la cabeza, pero a la hora de escribirlas le dejo caminar solo, a veces poniéndole trabas porque para eso soy su jefe aquí, pero sin impedirle decir, romper, destruir, follar, o insultar a quién a él le venga en gana, porque solamente así podrá salir del libro y colocarse al lado del lector, susurrándole al oído sus penurias. Por poner un ejemplo, diré que la última novela que he escrito, y que ya veremos cuando se publicará, está protagonizada por un anciano que, particularmente, no me cae bien en absoluto. Tiene unas ideas que chocan completamente con mi forma de ver el mundo y de comprender el respeto por los demás, pero aun así le he dejado decir y hacer lo que le venía en gana, a veces incluso obligándome él a mí, lo repetiré: obligándome ÉL a MÍ, a escribir las atrocidades y discursos que le regalaba al mundo en forma de bomba, y aunque no me iría de cervezas con él, aunque sería capaz de darle una paliza si tuviera la oportunidad, le di la más grande de las libertades solo porque creo que es la mejor forma de entrar en su cabeza, de descubrirle; de que vosotros algún día sepáis de él.
Siempre digo lo mismo cuando me preguntan sobre cómo puedo escribir tanto y tan deprisa, cómo soy capaz de terminar un artículo/reseña en la media hora que dura mi viaje en tren de donde sea que estuviera a casa, o escribir un relato de 25000 caracteres en un par de horas, y la respuesta es sencilla y a la vez extraña: porque no puedo hacerlo de otra forma, porque llevo años escribiendo y escribiendo y después escribiendo, aprovechando cualquier momento, y del modo que sea, para escribir sobre lo primero que me venga a la cabeza o se me cruza por el mundo.
Una de las imágenes en las que estoy escribiendo compulsivamente que tengo más claras y que guardo con celo en mi cabeza es de aquella vez, con 20 años, en que estaba en una caravana situada dentro de una empresa de alquiler de barcos de un pueblo pequeño a las afueras de Londres. Estaba allí para trabajar durante tres meses limpiando barcos, pero por los vuelos que había cogido y demás detalles, que no vienen a cuento, llegué tres días antes de la fecha prevista. Tres días que me pasé encerrado en aquella nueva casa, esperando a mis dos compañeros de verano (desconocidos entonces, pero que ahora son de los mejores amigos que tengo y tendré jamás), escribiendo sin parar desde poemas (malísimos y que pretendían ser canciones), pasando por relatos cortos y frases raras, y comiendo plátanos y pescado, frito con una sartén vieja en la que se pegaba todo. Llegó un punto en que ya no era consciente ni de quién era ni dónde estaba, porque mi vida no salía de aquellos cuatro márgenes y de la tinta que gastaba. Me dejé llevar, volaba, y junto con otros momentos únicos de mi vida esos tres días, y lo que sentí, están en el top ten de mi existencia y de mi formación como escritor.
Esa libreta, me veo obligado a decirlo, me la robaron en una estación de autobuses, así que aquellas palabras se perdieron para siempre y sin remedio.
Una putada, ¿no?
Hay muchos talleres y aulas de escritura, lugares donde la gente te dice que sigas una pauta para poder escribir una novela o relato, y de las pocas a las que he ido (porque vista una, en general, vistas todas) no aprendí nada de nada, porque se basaban en reglas, en caminos a seguir de los que no salirse; esa no es mi forma de escribir. Entiendo que hayan hermanos de letras que necesiten esos millones de apuntes, esa guía para no salirse del camino y para poder llegar a buen puerto, pero entonces pienso en que lo más grande que hay en este mundo, lo que nos ha cambiado de verdad la vida para bien o para mal, nació de malentendidos, de cosas que se hicieron mal o de viajes que no llevaron a donde estaba previsto, como si las cuerdas que pretendemos seguir como un niño de guardería estuvieran al final de todo, donde creemos que está la meta, rotas, libres, dejándose llevar por el viento o las patadas que le da la vida. Y ese dejarse llevar sin rumbo, como un kamikaze, es imposible de enseñar en un aula, es dificilísimo de dar a entender en un taller, tomando apuntes y siguiendo al pie de la letra lo que te dicten. Lo que debería hacerse es animar a la gente a experimentar y ser fieles a ellos mismos, dejando de lado el qué dirán o si a todo el mundo vas a gustarle porque, con sinceridad: ¿De verdad queréis que TODO el mundo te lea?, ¿qué los mismos que babean con libros de autores que no soportas te tengan en la misma estantería o debajo de ellos en la mesilla de noche? Ya decía yo…
Cada uno tiene su mercado, sus lectores, y tratar de acercarse a todos siguiendo las pautas de los demás, como si la escritura fuera un puzzle o una canción pop es, sencillamente, un error. No se trata de eso, no se trata de vender millones y millones de libros, sino de calar hondo en el corazón y la memoria de aquel que se entrega a ti, y eso es imposible si no eres sincero desde el principio contigo mismo. Porque si no eres capaz de desnudarte delante de un espejo, ¿cómo vas a hacerlo delante de un desconocido?
La escritura es un Dios, ya he citado antes al maestro de la anarquía, pero no debemos agacharnos ante él ni obedecer los mandamientos que unos pocos se han inventado. Hay que respetarlo, mimarlo, abrazarlo ciegamente, porque solamente así seremos capaces de amarlo de verdad. Solamente así, a la larga, no nos arrepentiremos de haber malgastado letras siguiendo a alguien en lugar de hacernos caso a nosotros mismos.
Seguiría escribiendo más y más sobre el tema, pero creo que si he hecho bien mi trabajo, si de verdad me habéis comprendido, debéis estar ansiosos por coger es página en blanco y, tras decirle hola, contarle lo que tenéis escondido en el interior.
Así que, ¿vamos? ¿Jugamos a ser kamikazes?
Buenos días.
Esta forma de escritura me recuerda a un sinnúmero de estrategias creativas. Todas se basan en sacar al niño que llevamos dentro para jugar.
Lamentablemente, el deseo por quere razonar y estandarizar todo lleva a que la escritura se vuelva un proceso y no un disfrute. Y eso es triste porque, quienes amamos este oficio, sabemos que es parte de nuestra vida, y no un simple trabajo.
Por eso es necesario vertir el alma en el papel, sin rumbo. Salir del claustro. Abrazar la incertidumbre de nuestras propias ideas y dejar que se expresen. Quizás, tenemos más cosas que decir de las que realmente pensamos. Historias hermosas que muchas personas están ávidas de leer y escuchar.
Me alegro que opines igual que yo, y eches también en falta más valor en la escritura actual.
Un saludo, y seguimos hablando.