Algo escrito en 2020 que sigue vivo.

La naturaleza de una red social, por definición al menos, es unir a la sociedad mediante noticias, fotos, historias, memes, y a veces hasta bromas y tonterías varias. Supongo que en lo más hondo de nuestros corazones de seres humanos egocéntricos entendemos que el compartir algo libremente conlleva, ¿no?, que muchas veces ese “algo” no te vaya a gustar, o choque con tus ideas, o sea directamente un ataque a tus ideales y gustos culturales. Eso se entiende, ¿no? Porque últimamente el totalitarismo animado por las leyes igualitarias y la separación de roles desde un prisma muuuy dogmático está consiguiendo que nuestro día a día, nuestra libertad, se esté convirtiendo en una jaula cada vez más pequeña en la que los pajaritos más adiestrados y que cantan cuando toca, picotean a los que prefieren ir a la suya y no respetar las supuestas reglas del juego.

Vamos, lo que sería una dictadura totalitaria movida por un culto cultural.

De toda la vida, ¿no?

Pues me divierte ver cómo, cada día más, la gente se empeña en acomodarse en ese cojín relleno de rodilleras que alguien ha colocado en el rincón más cómodo de todos, ese en el que, inexplicablemente, se considera algo valiente sentarse o levantar el puño por las causas que están bien bordadas en él, arrodillándose ante cada una de las letras, hincando bien la rodilla para que nadie crea que eres capaz de pensar algo que no sea lo dictado por las redes sociales que, lo repetiré porque es importante que quede claro, supuestamente sirven para unir a la sociedad mediante noticias, fotos, historias, memes, y a veces hasta bromas y tonterías varias.

¿Y todo esto a qué viene?, pues puede que sea porque ayer, escribiendo en un hilo donde criticábamos, varios cientos de personas, la actual moda de arrodillarse ante hombres negros (como si ese chico blanco fuese culpable de algo que no ha hecho, y que ese otro chico negro de turno no han sufrido), se me ocurrió escribir sarcásticamente Malditos Blancos…, y eso “obligó” a Facebook a cerrarme la cuenta durante 7 días.

(Pausa para reírnos).

No importa que haya videos de gente negra llamando cosas peores a los blancos en general (como Spike Lee o demás famosos que están consiguiendo unas imágenes de archivo cojonudas para sus CV), o que pueden verse sin problemas videos de dueños de comercios saqueados apedreados hasta la muerte por manifestantes “anti-fascistas”, o que sigan habiendo páginas que animan a la pedofilia porque “una persona que se identifica como un menor tiene derecho a poder acostarse con menores de edad”. No, por favor, eso no hay que atacarlo y cerrarlo, esas personas no están haciendo algo ilegal que no entra en la libertad de expresión por constituir un delito de odio o de animar a cometer atrocidades; no, no. Hay que censurar las cosas fuera de contexto y que forman parte de una crítica en la que se ven atacados los pilares de la moda del momento; de aquello que está haciendo que el sistema que no les gusta se tambalee.

Hay que tener protegidos a los pajaritos que pian cuando toca, y no a los que buscan entre los barrotes qué hay más allá de la jaula.

A mí, sinceramente, me la suda mucho el secuestro de mi cuenta por parte de Facebook, porque mi vida no gira alrededor de él. ¿Pero y si la próxima vez van a por vosotros, o a por aquel que su negocio o arte depende de las redes sociales pero, ¡vaya!, ese día se le ocurre decir lo que piensa en la dirección que no toca? El mayor problema que tenemos como sociedad es que nadie se mueve hasta que la mierda les mancha, hasta que es demasiado tarde para pedir una vez más auxilio, y eso es el caminito de migas de pan que les estamos dejando a los que buscan una globalización totalitaria en la que ninguno, ni siquiera los más acomodados, vamos a poder vivir en paz.

Ser censor con blancos que solo trataban de ser sarcásticos es fácil y aplaudido cuando el dedo no señala, por ejemplo, a una figura pública y de izquierdas como Ignatius, porque en ese caso salir disfrazado de negro e imitar a James Brown medio desnudo ante las cámaras es, ¡joder!, la leche de gracioso.

Quien pillara esta libertad de expresión, ¿no?

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